Del Zika al dengue, pasando por el paludismo, la fiebre amarilla o el chikungunya, todas estas enfermedades tienen en común un pequeño huésped común de pocos milímetros, el mosquito, que Anna-Bella Failloux escruta minuciosamente con su microscopio en el Instituto Pasteur, en París, para aprender a combatirlo.
«Intentamos entender cuál es el punto débil del dúo mosquito/virus», explica la directora de investigación, advirtiendo de antemano que «no hay una solución milagro. Incluso aunque hundiéramos el planeta en un bote de insecticida», estas enfermedades no desaparecerían.
Con ocasión de la publicación del libro de Erik Orsenna ‘Geopolítica del mosquito’, la investigadora y su equipo han abierto las puertas de su universo de minúsculos y mortales seres, en el sótano de este prestigioso instituto.
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En un local exiguo, las filas de frascos en las estanterías ejercen de «guardería»: allí pueden encontrarse mosquitos en todos los estadios de desarrollo, huevos, larvas, ninfas y adultos de Aedes Albopictus (el famoso mosquito tigre) y de Aedes Aegypti – dos especies responsables de la transmisión de numerosas enfermedades al ser humano.
La instalación es artesanal y los «criadores» de mosquitos deben hacer acopio de ingenio: un aspirador de mano para capturar los especímenes, tubos de cartón agujereados y recubiertos de tul para transportarlos e incluso una raqueta eléctrica a mano en caso de que uno travieso logre escaparse.
En la etapa siguiente, en la que se infecta al insecto con el virus de la fiebre amarilla o el del Zika, se acabaron las manualidades: todo el proceso se realiza en un laboratorio con seguridad de nivel P3, explica Failloux.
Desde hace 20 años, esta entomóloga diseca estómagos, glándulas salivares y ovarios de mosquitos hembra (las únicas que pican) para entender cómo se comportan los virus que las infectan. Y por qué una determinada especie puede transmitir ciertos patógenos y no otros.
Los trabajos de su laboratorio han permitido confirmar la responsabilidad del mosquito Aedes Aegypti en la reciente epidemia de Zika en Brasil.
Igualmente, el vínculo entre el Zika y la microcefalia pudo ser establecido rápidamente gracias a la labor de investigadores que trabajaban en la epidemia ocurrida dos años antes en Polinesia, de la que no se habló tanto, subraya Jean-François Chambon, director de comunicación y mecenazgo del Instituto.
«Necesitamos equipos que trabajen y que se mantengan movilizados sobre temas que podrían no parecer de peligrosos en términos de salud pública, pero que con el tiempo» pueden llegar a serlo, advierte.
– Modificación genética –
«Para reparar a los humanos, primero hay que comprender», agrega Erik Orsenna, embajador del Institut Pasteur desde 2016. Su «paseo» por el mundo de los mosquitos lo convirtió en el «caballero de la entomología médica», la especialidad en ocasiones «despreciada» que estudia el papel de los insectos en la transmisión de enfermedades.
En su libro coescrito con la médica Isabelle de Saint Aubin, que aparecerá el lunes en Francia, el novelista ha elegido el mosquito como «personaje» para ilustrar la globalización de los desafíos de la salud, tras sus ensayos sobre el algodón, el agua y el papel.
Del delta del Mekong a los pueblos de buscadores de oro de Guyana, pasando por el bosque Zika en Uganda, que da su nombre a la enfermedad descubierta en 1947, explora todos los terrenos de juego de este díptero que deja 750.000 víctimas mortales al año frente a una decena en el caso del tiburón y 50.000, en el de las serpientes.
Orsenna también hace una lista de las estrategias de lucha de los investigadores, a medida que los mosquitos, virus y parásitos desarrollan nuevas resistencias a los tratamientos y a los insecticidas.
Entre las pistas prometedoras, la inoculación de la bacteria Wolbachia al insecto para evitar que el virus se reproduzca o hacerle libar ciertas plantas que modifican su microflora y la harán menos acogedora para los patógenos. Y hay más vías en estudio como la modificación genética para esterilizarlos o mejorar su sistema inmunitario, si bien estas últimas provocan recelo en una parte de los especialistas por la falta de garantías sobre sus efectos. AFP