
«La crisis fue como una bofetada: habíamos crecido con la ventaja de vivir en un país europeo y de pronto todo se hundió». Panagiota Kalliakmani aspiraba a ser química pero, como muchos griegos, tuvo que adaptarse a la austeridad y ahora es cocinera.
Al diplomarse en 2010 por la Universidad de Tesalónica (norte), Panagiota quería ser investigadora.
Do not consume alcohol or grape products while deeprootsmag.org on line cialis the treatment. We get buy cialis http://deeprootsmag.org/2013/10/17/shes-got-hand/, Kamagra oral jelly, Zenegra, Caverta, Silagra, Zenegra, and Forzest etc. all of the above can be found in the form of jelly, polo ring type, pill type, chewing gum type etc. this cialis is slight bit costly if you choose oral jelly or other items than oral pills. levitra online purchase In order to buy Deca you need to visit your doctor. Men, who fall short to perform discount levitra or uphold an erection at the first visit were 2.3 times more likely to develop erection problem than those men who eat unhealthy.
Pero con el derrumbe financiero del país, y la aplicación del primero de los tres planes de ayuda, acompañados de drásticos recortes presupuestarios –del último de los cuales sale el lunes– los programas de investigación se redujeron.
Entonces se plantea la medicina legal. Pero los locales de la policía de Tesalónica dedicados este ámbito también cierran debido a los recortes en el sector público.
Tampoco logra entrar en una empresa farmacéutica, ya que todos los laboratorios se trasladan a Bulgaria.
Así que le quedan las clases particulares a los alumnos de secundaria, «aunque la gente cada vez paga menos».
Tras un contrato de un año en una escuela, en 2015 Panagiota es despedida. Se siente realmente «rezagada», sobre todo ahora que una de sus amigas se fue a Irlanda para trabajar de camarera, y que su hermano economista encontró trabajo en Bruselas, «de donde ya no quiere volver».
Grecia perdió un 25% de su PIB entre 2008 y 2016, con un desempleo que acaba de caer apenas por debajo del 20% en mayo, después de haber alcanzado un máximo del 27,5% en 2013: los despidos se desataron tras el cierre de miles de pequeñas y medianas empresas.
– Decir adiós –
Matina Tetsiou, separada y madre de dos niños, perdió su trabajo como empleada de una estación de servicio en 2014. Entonces tuvo que contar con la ayuda financiera de su padre, empleado de una gran empresa.
«La ayuda al desempleo era modesta y pude cuidar de la familia gracias al tendero comunitario de mi barrio», confiesa.
Como Panagiota, Natacha Dourida, ingeniera civil, vio como se exiliaban sus allegados. «Lo más doloroso en aquel momento fueron las fiestas de adiós de los que se iban a trabajar al extranjero».
Cerca de 300.000 griegos (de unos 11 millones de habitantes) dejaron el país durante la crisis.
En 2013, con sus diplomas, Natacha ganaba cinco euros por hora en una empresa de construcción que finalmente dejó. En plena crisis, el sector estaba en caída libre.
Panagiota, Matina y Natacha van un poco o mucho mejor actualmente, al igual que el país recuperó la senda del crecimiento (+1,4% en 2017).
Matina parece cansada, pero se considera «afortunada» de haber conseguido a finales de 2016 un contrato a tiempo parcial en otra estación de servicio. Aunque solo le da para «alimentar a sus hijos».
Sigue viviendo en casa de su madre y no puede pagar sus deudas ni a la seguridad social, ni al banco, por un préstamo suscrito en 2005 –en plena euforia financiera del país– para financiar su empresa de venta de muebles de cocina, que cerró tres años después.
Tras cursar un máster sobre la conservación de monumentos y un seminario en Alemania, Natacha lanzó su propia asociación en pleno auge de la economía colaborativa.
«La crisis era una ocasión para aprender a vivir juntos y remediar los problemas», explica esta mujer de 35 años.
«Communitism», creada en 2015, tiene como objetivo restaurar los viejos edificios neoclásicos abandonados por el Estado y sus propietarios por falta de medios financieros.
– Sueños rotos –
«Comencé a reparar los pedazos de nuestros sueños rotos, y decidí ser más flexible», cuenta por su parte la dinámica Panagiota.
Luego de un curso de cocina de dos años, en septiembre firmará su primer contrato en un restaurante del centro de Atenas. «Nada es seguro. La crisis nos enseñó a no planear a largo plazo», confiesa cautelosa aunque esperanzada.
Pero en un país donde el turismo es el rey, Panagiota se siente ahora realizada en una cocina «que parece un laboratorio» de química. No descarta introducirse en la gastronomía molecular, para combinar sus dos competencias.
Pese a las mejoras, «aún no hemos salido del túnel», advierte sin embargo Natacha. «Aunque hay más trabajos, siguen estando muy mal pagados». AFP