El Papa Francisco lamentó este jueves los estragos de la prostitución de mujeres y niños en una misa en Tailandia ante 60.000 fieles, tras una serie de encuentros con el rey y el patriarca de los budistas.
El Pontífice, sonriente pero visiblemente cansado, ofreció a los católicos repartidos en dos estadios aledaños un tradicional paseo de saludos a bordo del «papamóvil». Fue aclamado por la multitud, a veces emocionada, que coreaba «Viva el papa».
La comunidad católica de Tailandia, muy minoritaria (0,6% de la población, menos de 400.000 personas) nació en el siglo XVI tras la llegada de los misioneros jesuitas. La última vez que un papa fue al país fue en 1984, con la visita de Juan Pablo II.
«Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; en esos jóvenes esclavos de la droga», declaró el papa en su homilía.
Francisco, que lucía una casaca dorada elaborada en un convento de Bangkok, también quiso recordar a los «migrantes despojados de su hogar» e instó a que sean tratados con misericordia, pues «son parte de nuestra familia».
«No le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas», enfatizó.
Al principio de la jornada, ante las autoridades políticas y civiles del país, Jorge Bergoglio reclamó más protección para la «dignidad» de los niños.
El sudeste asiático todavía tiene muchos casos de explotación sexual de los más jóvenes. En la región, «casi el 70% de las víctimas de la trata con fines de explotación sexual son menores de la edad legal», destacó la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en su último informe de 2019.
Decenas de miles de niños son explotados por cámaras de video en línea, especialmente en Filipinas, pero también en Indonesia, Camboya y Tailandia.
En el país vivirían varios cientos de miles de prostitutos, hombres y mujeres, una práctica muy extendida pero ilegal oficialmente.
– Budista en un 95% –
Católicos de toda la región viajaron a Tailandia para ver al papa, muchos llegaron desde Camboya, Birmania, Filipinas, Indonesia, China y, sobre todo, Vietnam.
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El papa de 82 años, ferviente defensor del diálogo interreligioso, se entrevistó con el 20º patriarca supremos, Somdej Phra Maha Muneewong, en uno de los lugares más simbólicos del budismo, una religión practicada por más del 95% de los habitantes del reino.
Antes de entrar el templo histórico del patriarca de Bangkok, Francisco se descalzó y dejando ver sus medias negras.
Descalzo y envuelto en un tradicional manto «jee worn», el papa escuchó atentamente las palabras del patriarca.
«Desde la llegada del cristianismo a Tailandia, hace unos cuatro siglos y medio, los católicos, aun siendo un grupo minoritario, han disfrutado de la libertad en la práctica religiosa y durante muchos años han vivido en armonía con sus hermanos y hermanas budistas», dijo el papa.
«En este camino de la mutua confianza y fraternidad, deseo reiterar mi personal compromiso y el de toda la Iglesia por el fortalecimiento del diálogo abierto y respetuoso al servicio de la paz y del bienestar de este pueblo», agregó el papa, que exhortó a desarrollar iniciativas comunes de caridad hacia los pobres.
Tailandia tiene alrededor de 300.000 monjes budistas en 40.000 templos.
El papa también se entrevistó con el general Prayut Chan-O-Cha, jefe del gobierno desde las polémicas elecciones de marzo, y con el rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn, coronado el pasado mayo.
El monarca -uno de los más ricos del mundo y protegido por una draconiana ley de lesa majestad que castiga muy severamente cualquier crítica contra él- es el garante de la unidad del reino, que ha conocido doce golpes de estado desde 1932.
Francisco también se reunió en un hospital de la ciudad con cinco niños de Khlong Toei, el mayor barrio precario de Bangkok, donde viven unas 100.000 personas.
Permanecerá hasta el sábado en Tailandia para luego seguir viaje hacia Japón, una segunda etapa de elevado peso político y simbólico ya que visitará a Nagasaki e Hiroshima, donde hace 74 años las bombas atómicas estadounidenses dejaron 74.000 y 140.000 muertos, respectivamente. AFP