De todas las piezas que Julie Moore crea en el estudio de su casa, la más popular es una vasija tejida de colores brillantes a la que llama el «jarrón de fiesta»… pero en este caso, el invitado de honor está adentro de ella.
«Esta es la que más le gusta a la gente vivaz que celebra la vida», dijo al tiempo que levantaba la ornamentada tapa tejida de la urna. «Quiero que sea una obra de arte que vean y no piensen, ‘Ay. Esas son las cenizas de papá'».
De acuerdo con The Associated Press, las cremaciones en Estados Unidos se han triplicado desde 1985 para sumar cerca del 44 por ciento de todas las «tendencias», según la Asociación de Incineración de Norteamérica. Con las familias cada vez más nómadas, la organización anticipa que la cifra crecerá a 55 por ciento en la próxima década.
Y mientras aumenten las incineraciones, más gente buscará urnas que, bueno, no parezcan urnas.
«Al menos uno de cada cinco estadounidenses tiene una urna en su casa», dijo Robin Simonton, directora ejecutiva del histórico Cementerio de Oakwood en Raleigh. «Y si uno va a poner a alguien sobre su manto, uno quiere que se vea bien».
El 19 de abril, Oakwood albergará la primera edición de Urn Art & Garden Faire, una competencia de urnas fúnebres que ha atraído a participantes de distintas partes del país. Aunque la idea de un concurso nacional de urnas ha causado algo de sorpresa, Simonton piensa que es una manera apropiada de reconocer esta tendencia de «personalización de la muerte».
Algunos han llevado esto al extremo.
Foreverence, una compañía de productos funerarios en Eden Prairie, Minnesota, usa impresiones en 3D para permitir que sus clientes diseñen urnas en formas de un instrumento musical o automóvil favorito, e incluso el busto del fallecido. Para la familia del guitarrista de Devo Bob Casale, la compañía creó una urna en forma de «The Energy Dome», el emblemático sombrero escalonado de la banda de pop electrónico y new wave.
Oakwood ha recibido más de dos docenas de inscripciones, con urnas hechas en madera, cerámica, tela y hasta largas agujas de pino de Carolina del Norte. La urna más lejana proviene de Wyoming. Hecha de cuero grabado, incluye la imagen de un indio guerrero americano desplomado en la montura y las palabras: «Un caballo que todos montaremos algún día».
Jason Van Duyn comenzó a hacer urnas hace un par de años tras leer un artículo sobre un carpintero que dedicaba tiempo como voluntario a hacer recipientes para veteranos de guerra cuyos restos llegaban a casa en cajas de cartón. Se fijó en lo que había en el mercado y no quedó impresionado.
El tornero de Raleigh trabaja casi exclusivamente con árboles que han muerto naturalmente, aprovechando las imperfecciones de la madera. Los precios de sus urnas van de 300 dólares por una pieza de 70 pulgadas cúbicas (1147.1 cm) hecha de un tocón de cerezo negro a cinco mil 200 dólares por una urna doble de 450 pulgadas cúbicas (7374.2cm), para «compañeros», hecha en nudo de arce rojo.
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Moore incursionó en el arte funerario por su propio interés en los «sepelios verdes». Comenzó con mortajas, cojines y cobijas para cajas simples de pino; las urnas le parecieron un paso natural.
A menudo, la familia le envía prendas de la ropa de los muertos. Recientemente hizo una urna con la camiseta de un chico adolescente que se suicidó.
«Quedó bien bonita», dijo. «Y tenía los colores de SU vida».
Cada una viene con una bolsa fuertemente atada de satén que puede enterrarse o usarse para esparcir las cenizas, dijo Moore. Las urnas para entierros se hacen de materiales completamente orgánicos y biodegradables.
Moore empezó a mostrar sus piezas hace unos dos años. A veces, su idea es demasiado efectiva.
«Una vez una mujer estaba sosteniendo una y decía, ‘Ay, es tan bonita. Es hermosa. ¿Qué se guarda aquí?’. Y le dije, ‘Bueno, de hecho, uno pone aquí cenizas. Es para cenizas'», relató Moore con una sonrisa. «La dejó caer y salió corriendo como si hubiera tocado a un muerto o algo así».
Norma Marti, residente de Raleigh, compró su propia vasija hace dos años.
«Había cumplido 60 años», dijo. «Pensé, ‘Bueno, esto de verdad es genial’. Y de hecho puedo exhibirlo como arte, hasta que sea necesario».
Cuando los invitados le preguntan por la pieza en la biblioteca de su casa, no les dice que es una urna funeraria, aunque sus hijos sí saben para qué es.
«Cuando llegue la hora», dice riendo, «espero poder caber en ella».