El escritor Ray Loriga decía en Tokio ya no nos quiere algo que los científicos llevan tiempo advirtiendo: “La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te devuelve cualquier cosa”. Para desilusión de muchos, numerosos estudios han mostrado que nuestras memorias están manipuladas y que es posible incluso que los momentos más emotivos de nuestra vida, como el nacimiento de un hijo o el encuentro con un gran amor, no sucedieran como los recordamos. El cerebro no funciona como una grabadora fidedigna de los hechos. Como el perro tonto o caprichoso, recupera lo que quiere y, aparentemente, no lo que se le pide.
En los últimos años, en su esfuerzo por comprender los mecanismos de la memoria, la neurociencia ha descubierto algo que puede resultar sorprendente: en el camino hasta el lugar donde podemos recuperarlos, «los recuerdos provocan el olvido». La memoria funciona por asociación y cuando se trata de recuperar un recuerdo es posible que nuestro cerebro tenga que elegir entre varias memorias relacionadas que compiten entre ellas. Si uno intenta recordar un partido de fútbol, por ejemplo, habrá otros partidos que el cerebro deberá descartar para llegar a la información deseada. Algo similar sucede con las contraseñas de algunos bancos, que, por razones de seguridad, se tienen que cambiar cada pocos meses. Aunque inicialmente solo se ha de recordar una contraseña, poco a poco se solapan las viejas con las nuevas. Esto hace que en un principio, como si fuese un ordenador atestado de datos que tiene que trillar, el cerebro necesite gastar mucha energía para elegir la memoria adecuada. Sin embargo, una vez que se seleccionan las memorias relevantes y se suprimen las que no lo son, los recursos necesarios para volver a recuperar una memoria son mucho menores.
Esta semana, un equipo de investigadores de las universidades británicas de Birmingham y Cambridge ha logrado aislar los mecanismos del olvido que facilitan el recuerdo en el cerebro humano. Para lograrlo, los científicos, que han publicado su trabajo en la revista Nature Neuroscience, utilizaron un sistema de imagen por resonancia magnética (MRI) para medir la actividad cerebral cuando a un grupo de voluntarios se les pedía que recordasen memorias concretas basadas en imágenes que les habían mostrado con anterioridad. Con esta técnica fueron capaces de conocer a nivel neuronal el destino de las memorias que finalmente resultarían borradas.
Recordar hace olvidar
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En un comunicado de la Universidad de Birmingham, Maria Wimber, coautora del trabajo, consideraba que estos hallazgos «tienen importancia para cualquier cosa que dependa de la memoria». «Un buen ejemplo son los testimonios de los testigos. Cuando se pregunta a un testigo que recuerde una información específica sobre un suceso, y se les pregunta una y otra vez, se podrían estar deteriorando las memorias asociadas dando la impresión de que una memoria es incompleta», afirma. «En realidad, la evocación repetida les está haciendo olvidar los detalles», concluye.
Anderson menciona también que este tipo de estudios puede enseñarnos cuáles son los procesos detrás de la memoria selectiva que hace que recordemos lo que nos conviene o incluso sobre el autoengaño. Al fin y al cabo, es posible que el perro de la memoria no sea tan tonto y, en realidad, traiga cualquier cosa y no el palo que lanzamos porque es lo que en el fondo queríamos recuperar.