La esposa del presidente mexicano Enrique Peña Nieto, la popular actriz de telenovelas Angélica Rivera,ha roto con los moldes dispuestos para las primeras damas de México. Se limita a cumplir sus funciones protocolarias mientras su rostro ilumina las portadas de la prensa rosa. Se habla de su vestuario, de sus viajes, de sus compras. Pero es muy poco frecuente que hable ella.
Rivera rompió el silencio en noviembre del año pasado para defenderse en la televisión nacional de las acusaciones por un posible conflicto de interés en la compra de una costosa residencia a una empresa que ha conseguido millonarios contratos en los gobiernos de su marido. La esposa de Peña Nieto afirmó que había adquirido la casa, de más de tres millones de euros, con los ahorros de 25 años de trabajo en Televisa.Añadió que la vendería. El Gobierno mexicano sostuvo que la esposa del presidente no ocupa un cargo oficial, pero su web personal, uno de los primeros cinco resultados que aparecen cuando se busca su nombre en Google, está vinculada a páginas pagadas con dinero público y llena de sus actividades oficiales. ¿Quién pagó la página? Es un misterio.
La ley mexicana no obliga a las primeras damas a cumplir funciones sociales, pero desde el fin de la revolución mexicana y, en especial, en los años en los que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ejerció el poder hegemónico en el país, las esposas de los líderes mexicanos han adoptado, cada una con su propio estilo, una causa. Las mujeres de los mandatarios en los años veinte o treinta fundaron los cimientos de lo que se convertiría en el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), que gestiona programas sociales. Margarita Zavala hizo de su bandera la causa de los niños migrantes años antes de que su situación se convirtiera en una emergencia internacional. Pero Rivera, antes que primera dama, ha elegido ser esposa. Su agenda está copada por eventos protocolarios a los que acompaña a su marido, y aunque es la presidenta honoraria del DIF, no ha asistido a uno de sus eventos.
En contraste, su web está repleta de vínculos a organismos oficiales. Al hacer clic en “contáctame” el enlace conduce a una página gestionada por el Gobierno, pagada con dinero público. Los datos que se entreguen ahí, indica el renglón de política sobre términos y condiciones de uso, serán utilizados según las políticas del DIF. Consultado por este periódico a través del organismo de transparencia mexicano (IFAI), responde que no guarda ningún contrato que pruebe que la web fue pagada con dinero público.
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Hay un apartado titulado “Mis principales proyectos” en el que suma una decena de causas, pero su agenda, también disponible en el sitio, refleja que sus actividades se centran en acompañar a su marido y puntuales inauguraciones en las que pronuncia breves discursos. La fotogalería incluye su encuentro con el reparto de Downtown Abbey, durante el viaje oficial de la pareja a Inglaterra y la única actividad en la que aparece sin su marido. También contiene su biografía, que dedica solo 39 de 359 palabras a su exitosa trayectoria, que suma un cuarto de siglo.
Su exclusivo y costoso vestuario ha levantado más de una crítica en un país donde la mitad de la población vive en la pobreza. Las peticiones de información de la prensa sobre el origen del dinero que ha pagado su carísimo vestuario han recibido la misma respuesta de los organismos oficiales consultados gracias al centro de transparencia mexicano IFAI: información inexistente.
México celebra elecciones legislativas y regionales en este año y todos los sitios web gestionados por el Gobierno Federal abren con la misma leyenda: “El contenido de este sitio ha sido modificado temporalmente en atención a las disposiciones legales y normativas en materia electoral, con motivo del inicio del periodo de Campañas Federales 2015”. No así el de Angélica Rivera.