Las mayores pruebas de que el derrame causado por British Petroleum (en 2010) ha provocado un enorme daño en las costas mexicanas son dos: el reclamo constante de los pescadores de la región, que repiten que la estrategia de lanzar microorganismos que devoraban el crudo solo hizo que este se hundiera y acabara con millones de peces que les daban sustento. Y pequeños trozos de arena y conchas en tono marrón, que al partirse desprenden un inconfundible hedor a combustible.
Benito Palma, de 38 años, llevaba dedicándose al mar desde que tenía 16. Primero limpiando la cubierta de los pequeños barcos que todos los días salen de las costas mexicanas del golfo de México. “Abriendo el pescado, haciendo la faena”, dice. Pero en 2010 vio llegar desde el norte una enorme mancha negra. Miles de peces muertos. Después vinieron los trozos de combustible. La caída de lo que ganaban con el producto fue brutal. “Antes podíamos juntar hasta 100 kilos de mero, que es el pescado que más se da aquí, por pescador. Ahora, con trabajos, se reúnen 30 entre tres o cuatro”.
Al lado de la playa explica con la sabiduría de quien entiende del mar que los pescados huyeron. Los más grandes, de las aguas contaminadas; los más pequeños (en particular los que apenas se incubaban en el fondo del mar) sufrieron el mayor daño. Benito tiene esposa y un hijo. “Los niños tienen que comer. Y ya no podía dárselo con lo que ganaba en el mar. Así que amarré mi lanchita y me vine a trabajar aquí”. Benito ahora es el guardia de un lujoso condominio en las costas de Uaymitún, Yucatán, a pocos kilómetros de Puerto Progreso.
Horacio Polanco, uno de los abogados que representa la demanda colectiva de 25.000 pescadores mexicanos contra British Petroleum, explica que son varios los procesos legales que se siguen en contra de la petrolera para buscar una indemnización. “No hay científico en el mundo que pueda decir que lo que hicieron no causó daño”.
La plataforma Deepwater Horizon, que se situaba en el pozo Macondo, derramó entre 35.000 y 60.000 barriles diarios de crudo en 2010. La fuga duró 86 días. No hay precedentes de un desastre ecológico de esa magnitud, menos en aguas profundas. Y el mar no sabe de fronteras.
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“Somos como ellos”, afirma José Uc Séptimo, uno de las decenas de pescadores de todo el litoral de Yucatán que se ha trasladado centenares de kilómetros solo para dar su testimonio. El hombre, con una gorra blanca y un marcado acento yucateco, asegura que la pesca ha sufrido una caída de al menos un 80%, y que lo menos que piden es la indemnización que dieron a los pescadores de Estados Unidos. “Que no nos discriminen por ser mexicanos. Hablamos maya o español pero tenemos el mismo corazón”, explica. “Y fíjese, la mayoría de los que estamos aquí ya tenemos la cabeza blanca. Estamos defendiendo el patrimonio de nuestros hijos. ¿Qué les vamos a dar de comer mañana?”.
Alberto Lozano, el abogado que representa a los pescadores yucatecos, les explica que el proceso sigue en marcha y que no tienen que desanimarse. Asegura que su firma no les cobra a los pescadores el trabajo legal y que trabajan coordinados con los colectivos que representan a los afectados por el derrame en Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche. Polanco explica además que las aguas han afectado hasta las costas de Holbox, una pequeña y paradisiaca isla mexicana en el extremo norte de Quintana Roo.
La lucha legal sigue, confirma el abogado Zeke Reyna, de una firma de Weslaco (Texas) y quien sigue el proceso en la corte de Luisiana donde se decidirá si British Petroleum debe otorgar un pago por el daño causado. Los pescadores mexicanos piden un mínimo de 50.000 dólares por cada persona, una cantidad mucho menor a la que la petrolera desembolsó a los estadounidenses. “Tenemos que partir de un punto”, explica.
José Luis Carrillo Galaz, líder de la Federación de Cooperativas de Yucatán, dice que la pesca ha caído al menos un 60% y que cada vez son menos los hombres que se lanzan al mar porque “el sacrificio es mucho” y la abrupta caída en el pescado hace que las cuentas no salgan. Como el caso de Benito. Señala las piedras negras y su cara se ilumina cuando cuenta que vivir junto al mar “es difícil de explicar”. Habla de los destellos que aparecían en la noche sobre el agua, que indicaban que habría peces. ¿Qué es lo que más extraña de la vida de pescador? “Ver el amanecer”.