POR: José Cárdenas
A un año de la noche trágica de Iguala, las cosas están peor; la falta de justicia ahonda la crisis de confianza.
La víspera del primer aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa está marcada por la desconfianza, los prejuicios, la violencia exacerbada, las malquerencias y —sobre todo— por el más descarado oportunismo político.
La verdad jurídica —mal llamada histórica— está confrontada con la verdad mediática de quienes pretenden imponer intereses ideológicos… y eso es una tragedia adicional.
La furia de los normalistas agraviados por la ausencia de justicia aún incendia el corazón de México.
Edificios públicos destrozados, toma de autopistas y retención de policías, son —otra vez— expresiones del caos interesado y oculto detrás de aquella noche trágica; mantener viva la protesta por los desaparecidos, también, resulta un gran negocio.
La autoridad no puede mostrar sorpresa. El gobierno federal y la escuálida administración de Rogelio Ortega sabían de la tormenta que viene, por eso el gobierno intenta —una vez más— el control de los daños colaterales… y evitar que el incendio se propague aún más.
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Por ahí va la intención del Presidente de la República al recibir a los familiares de los desaparecidos. Mañana en Los Pinos, Enrique Peña Nieto aguantará metralla y volverá a prometer y comprometer los esfuerzos del Estado para desentrañar la verdad y castigar a los criminales. No se trata de dialogar ni de convencer, sino simplemente de amortiguar el peor golpe a la credibilidad del régimen.
Los ayotzinapapás no moverán su postura, reclamarán el incumplimiento de acuerdos, protestarán por la falta de resultados creíbles y exigirán lo imposible:
el regreso de sus hijos con vida.
A un año de la noche trágica de Iguala, las cosas están peor; la falta de justicia ahonda la crisis de confianza. A estas alturas, el problema es volver a investigar y hacer creíble el resultado.
El primer año luctuoso de la noche de Iguala sirve de mucho a demasiados, menos a quienes demandan justicia… y a la verdad verdadera.
Aún arde Ayotzinapa.
EL MONJE LOCO: Isabel Miranda de Wallace se metió en un callejón; exige la salida del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), acusa conflicto de interés, y demanda la intervención de la Organización de las Naciones Unidas a través de la oficina para el combate de la droga y el delito. Nada es casualidad. Doña Isabel quiere cobrar viejas facturas al secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,Emilio Álvarez Icaza, y se presta como mano golpeadora de poderosos intereses incómodos con la intromisión internacional.