Más de 250 mil mexicanos viven revolcados en el hacinamiento, la prostitución obligada, el consumo de drogas, y la más extrema vulnerabilidad en un cosmos apocalíptico, cobijado por los gobernantes en turno que apuestan a la derrama política de su negligencia.
Charcos de lodo, colchonetas agujereadas, fondos de botella usados como plato, garras de vestimenta son el doble castigo de los internos que esperan una sentencia. Da igual que hayan violado a sus hijas, asesinado a 20 personas o robado un celular, la consigna para miles de reos procesados es esperar. Conforman más del 40% del total de la población penitenciaria. Su calvario no puede describirse con exactitud.
Destruido el principio constitucional de presunción de inocencia, los dueños de este circo podrido, reos que no tienen que perder, ejercen el poder desde el mal llamado “autogobierno”, en instalaciones totalmente inoperantes. Ellos cobran a los menesterosos hasta por usar un excusado. Y a los demás por todos los lujos ilegales. Sus ganancias salpican los escritorios pertinentes.
Así, corrupción de autoridades en contubernio con los reos, y apatía oficial, propician el caos.
El gobierno de Felipe Calderón impulsó un sistema penitenciario que buscaba desterrar estos vicios, al menos en las prisiones federales.
Fue un intento estructurado y dotado con mucho presupuesto. Se construyeron nuevas cárceles, se supo por primera vez con exactitud cuántos presos existían en el país, se sometió a miles de criminales, se fomentaron acciones para liberar a presuntos inocentes, se creó la Academia de custodios, se impusieron controles de confianza a los funcionarios. Se apostó por el factor personal y puso este proyecto en manos experimentadas, con una jerarquía inusitada.
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El retroceso inició cuando desaparecieron la Secretaría de Seguridad Pública Federal y disminuyeron la dimensión del sistema penitenciario federal, hasta terminar siendo un “órgano desconcentrado” marginado en el organigrama oficial.
Las cárceles son territorios donde el poder punitivo tiene todo a su favor, donde la ley puede imponerse a priori, y todo lo que suceda debe someterse al control de la autoridad. La pachorra del Estado-gobierno y su complicidad con la corrupción han permitido que se conviertan en submundos pútridos.
PAGAN O CUELLO
*Érika dice que quiere mucho, hasta la locura, a Santiago, el padre de su hija. Pero que no le gustaba que la ‘jaloneara’, como estaba haciendo cada vez más, y un día lo denunció a la Policía. El muchacho maltratador, de 20 años, entró en una de las cárceles en México, a la espera de juicio. En un ‘área de observación’, antes de ser destinado a un módulo concreto, los delincuentes ahí internados estudiaron la calidad de su dentadura, la marca de las zapatillas puestas, los jirones de los pantalones, y llegaron a la conclusión de que era un espécimen con cierto potencial económico. Le comunicaron a su familia que debía pagar unos 100 mil pesos de cuota de ingreso, como si se tratara de una de las universidades más caras de México. De lo contrario lo podían asesinar nada más al poner un pie en el patio.
*Elizabeth, de 37 años, vive un calvario desde que detuvieran a su hijo. Vendió la casa y todos los muebles que había dentro por unos 50 mil pesos, y los otros 50 mil pesos que le exigían las mafias carcelarias los reunió a base de préstamos de parientes y, lo que es peor, de créditos de usureros. ‘Estoy ahogada’, dice. En parte porque esa primera cantidad era sólo por el ingreso, y ahora paga semanalmente entre 2 mil y 4 mil pesos.