Ana Mengotti
Miami (EE.UU.), 15 sep (EFE).- La soledad crónica es más peligrosa que el alcoholismo o la obesidad y puede incluso matar, asegura el neurocientífico argentino Facundo Manes, autor de «Usar el cerebro», un libro en el que propone conocer la mente para vivir mejor.
«Sentirse solo es un mecanismo biológico como tener hambre o sed, pero la diferencia está en que una persona puede comer o beber y se acaban sus problemas, pero no puede salir a la calle y gritar ‘quiero tener amigos'» para llenar ese vacío, dice a Efe en Miami.
Manes, graduado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), es presidente de la World Federation of Neurology Research Group on Aphasia, Dementia and Cognitive Disorders y fundador del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) y el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, ambos en Argentina.
En el libro que presenta hoy en Miami se explica con un lenguaje sencillo aspectos del «órgano más complejo» del ser humano como la conciencia, la inteligencia, la memoria, la toma de decisiones y las emociones.
«Usar el cerebro» (Paidós), que escribió junto al periodista argentino Mateo Niro, no es el último libro de Manes, pero sí el que ha llegado a más lectores. Después publicó «El cerebro argentino», por ahora solo en su país.
En su opinión, aunque los cerebros de argentinos, rusos, chinos o españoles son biológicamente similares, paradójicamente la ciencia ha demostrado que se puede hablar de un cerebro específico de un país, de una región, una ciudad o incluso un barrio.
«Hoy sabemos que la cultura, las historias compartidas, las memorias colectivas y la gente que nos rodea crean esquemas mentales», dice para explicar el porqué de «Un cerebro argentino».
La ciencia ha avanzado más en el conocimiento del cerebro en los últimos tiempos que en toda la historia anterior de la humanidad, pero aun así todavía queda por aprender del «único órgano que trata de entenderse a sí mismo».
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Manes señala que no se puede cuantificar cuánto no sabemos de nuestra mente y se ríe del «mito» de que el ser humano solo ha desarrollado un 10 % de la capacidad cerebral. «El que inventó esa frase seguramente solo desarrolló ese 10 %», dice.
Aunque sabemos de los mecanismos de la memoria, de la toma de decisiones, de los pasos para el proceso creativo, de cómo funciona el lenguaje y cómo las emociones pueden influir en las conductas, nos falta responder a las «preguntas más difíciles».
«No tenemos ni idea de cómo los circuitos neuronales dan lugar al pensamiento íntimo, personal y subjetivo en cada momento y tampoco tenemos una teoría general sobre el cerebro», señala.
Uno de los descubrimientos más interesantes, a su juicio, es que se trata de un órgano que «no puede ser entendido en una conexión aislada sino en una conexión social».
Esa condición ha hecho que la especie humana esté en el lugar que está en comparación con otros animales y haya sobrevivido. «Básicamente lo que ha hecho nuestra especie es sobrevivir, huir del peligro y buscar el placer», afirma.
Aunque «maravillosa», la tecnología -advierte- debe ser usada con «cautela», especialmente porque la ciencia desconoce todavía qué efectos puede tener en un cerebro en desarrollo -hasta los 20 años no se desarrolla por completo-.
Un uso exhaustivo de la tecnología agota nuestros recursos cognitivos, que son limitados, y puede generar estrés o adicción.
Al respecto señala que hoy las enfermedades cerebrales son la primera causa de discapacidad en el mundo, por delante de las vasculares o de los accidentes.
No es que las enfermedades del cerebro sean más comunes ahora que antes, dice, aunque precisa que en el caso de las degenerativas, Alzheimer incluido, su mayor incidencia está directamente relacionada con el aumento de las expectativas de vida.