Esteban Biba
San Pedro La Laguna (Guatemala), 5 nov (EFE).- En el mercado dominical de San Pedro La Laguna los clientes que abarrotan esta comunidad indígena del interior de Guatemala ya no portan bolsas de plástico, aquí la vanguardia está en la tradición: los productos se entregan en hojas de árbol de plátano.
Parecen inofensivas y se usan todos los días. Son de colores, transparentes o con grandes logotipos de publicidad. Pero a pesar de sus múltiples formas y variedades tardan en degradarse un promedio de 150 y 200 años, por lo que las bolsas de plástico constituyen una amenaza para la salud del planeta.
Consciente de esta situación, el alcalde de San Juan La Laguna, Mauricio Méndez, le declaró la guerra a este refinado del petróleo prohibiendo la distribución de las bolsas de plástico, productos de duroport y pajillas.
Esta iniciativa equipara a este pequeño enclave, ubicado a las orillas del Lago Atlitlán, a los países más avanzados de Europa, que recientemente también han adoptado medidas frente a la creciente amenaza de los plásticos.
En San Pedro La Laguna, la población, en su mayoría de la etnia Tzutujil, vive del comercio y del turismo, pero la contaminación de las aguas del lago ha sido una de las mayores preocupaciones durante años, por lo que esta medida, la tercera en el país, ha sido vista con buenos ojos.
Fernando, un carnicero Tzutujil que trabaja en el mercado, piensa que deshacerse del plástico es la mejor opción: «Las hojas de plátano sirven igual que las bolsas y no contaminan nuestro lago. Los clientes ya las piden. Así todos vamos a ser más felices».
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También María, una tímida vendedora que comercia con mariscos, ha adoptado la disposición con gusto y aunque reconoce que «algunos todavía están usando bolsas», expresa su deseo de que dejen de hacerlo y se cambien a las hojas de plátano: «Son mejores para el ambiente».
Las multas para quienes no acaten la disposición medioambiental van desde los 300 quetzales (unos 40 dólares) hasta los 15.000 (2.000 dólares), pero estas cantidades se pueden duplicar con la reincidencia.
Sin embargo, la municipalidad ha insistido en que la intención no es aumentar la recaudación, sino «minimizar los graves perjuicios que el exceso de este tipo de productos están generando en el ambiente y en el lago de Atiltán», porque el plástico, dice el acuerdo, «tiene un tiempo de degradación de entre 100 y 1.000 años».
Con este esfuerzo, los hábitos de los residentes han empezado a cambiar. «Traigo mi propio contenedor, no necesito esto que ensucia el pueblo», explica una compradora local tras rechazar una bolsa de plástico para su compra de dos libras de pollo.
Y parece que hay otros que se quieren hacer eco de esta medida. Un grupo de diputados presentó esta semana en el Congreso una iniciativa de ley que pretende regular la producción, distribución y venta de las bolas de plástico.
Este proyecto de ley, que debe ser aprobado, busca además que se elimine de manera paulatina, concretamente en un periodo de cuatro años, el uso de estas bolsas, y que se reemplacen por las de material reutilizable para contribuir a la conservación del medioambiente en Guatemala, uno de los 19 países megadiversos del mundo.
Varias organizaciones internacionales estiman que en el mundo circulan entre 500.000 millones y un billón de bolsas de plástico, y que el 5 % del petróleo que se extrae es para esta industria, por lo que la reducción en su uso no solo ayudará a no contaminar el ambiente, sino también a preservar el oro negro, un recurso no renovable.