En realidad esto no es noticia… es lo mismo de siempre sólo que en otro tiempo y lugar. Pero lo mismo.
Zacacuautla, Hgo. Aquí está unos de los frentes de esa vasta lucha de las comunidades del país en defensa de su agua y sus bosques. Un rincón hidalguense casi enclavado en territorio de Puebla, en el municipio de Acaxochitlán, en la llamada franja otomí-tepehua-nahua de la Sierra Madre Oriental, es escenario de una resistencia auténtica. En Zacacuautla no son indígenas, ni son ejido, sino pequeños propietarios, aquejados por caciques agresivos y depredadores. Los partidos políticos “están podridos, no tenemos por cuál votar”, expresan quienes tienen orgullo por sus bosques, o lo que de ellos queda, y una idea muy clara de que sin ellos y los manantiales que cobijan, la vida misma estará amenazada en la comunidad y la región.
El pueblo, compuesto por unas 600 familias, “toma los bosques como propios, para juntar hongos, pastar animales”, refiere Filiberta Nevado Templos, de la asociación Cuautlalli, hasta hace no mucho conocida como Cooperativa El Ocotenco, organización que defiende el bosque. No sólo: por ejemplo, en febrero reavivaron la tradición del carnaval, alguna vez lucidor y festivo y después casi extinto. Llevan años de batallar organizados. Conocida como Filiberta, ha sido amenazada, agredida, consignada y hasta pisó la cárcel una vez, perseguida por la maraña de poderes entrecruzados que, del municipio a los niveles estatal y federal, protegen la explotación ilegal del bosque y la compraventa de sus terrenos en operaciones fraudulentas.
Los pobladores se han abrazado a los árboles ante las motosierras y los tráileres de los taladores. Han cavado zanjas, tendido listones. El problema lleva lo que va del siglo, y cada año “ha sido una batalla”. Desde 2000, según El Ocotenco, “una familia ha venido talando monte que no es suyo, primero clandestinamente, y después con permisos obtenidos a partir de la corrupción de las autoridades municipales y estatales. Desde entonces, el pueblo ha mantenido una ardua lucha por impedir la tala. En marzo de 2007 nos dimos cuenta de que estaban talando a ras de tierra, tenían varias motosierras, tractores, trascabos y camiones grandes para sacar la madera, con la firme intención de acabar con nuestro monte”.
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“El bosque mutilado”, llaman sus defensores a esas 53 hectáreas. En 2003 resulta “donado” a Pedro y Margarita. Luego lo invaden extraños y es asesinado Samuel Cruz Hernández, destacado defensor del monte. En 2005 Pedro Canales derriba cientos de árboles bajo el argumento falso de que están “plagados”; lo denuncia el pueblo ante la Profepa, que le suspende el permiso temporalmente; en diciembre de 2006 obtiene dos permisos de aprovechamiento forestal para talar el monte 10 años; en febrero de 2007 comienza la tala. “No sabíamos que tenían permisos”, recuerda Filiberta. “Pronto dejaron pura tierra, como en una guerra, en cinco locaciones a la vez, sin permisos. Nos opusimos y el gobierno de Hidalgo intervino ‘para que no hubiera muertos’. Los taladores se esfumaron, el gobierno les avisó”.
Benita Canales Ibarra, defensora del bosque y cronista de la lucha (en 2014 El Ocotenco publicó su libro Zacacuautla: vida y rituales) apunta a La Jornada que de 36 comunidades en la zona, “somos la más talada”. Precisa que a los defensores “no nos interesa la propiedad del bosque, sino su cuidado”. A lo largo de la lucha, Benita viene recopilando mensajes en los muros, en las pancartas, en los altavoces. Con ello y el testimonio colectivo reunió su precisa bitácora en verso.
Filiberta añade: “Nos llovieron demandas penales”. En 2008 volvieron los taladores. “Trajeron a un grupo de matones, Los Negros, que nos disparaban para alejarnos”. Para “cumplir” con el gobierno, “reforestaron, con puro pino pátula, un monocultivo, y extinguieron seis especies silvestres, como ayacahuite y cedro blanco, toda la fauna y la vegetación. Ya no es bosque normal, parece muerto”. En 2014 tumbaron ocho hectáreas, y la resistencia “logró suspender los aprovechamientos”.