Es una evidencia que Barack Obama no ha logrado frenar la carrera armamentista de Pyongyang para fabricar la bomba atómica y este asunto será uno de los más urgentes y de mayor complejidad para su sucesor en la Casa Blanca.
Estados Unidos se muestra inflexible en su oposición a que Corea del Norte se dote de este tipo de armamento y condena rotundamente las «provocaciones» de las autoridades norcoreanas.
Esto no impide que Pyongyang avance a pasos agigantados hacia su meta: estar en condiciones de amenazar territorio estadounidense.
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En este año electoral en Estados Unidos, los programas científicos de Corea del Norte han progresado más que nunca, con dos ensayos nucleares, 25 disparos de misiles y otras violaciones de las múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
«Corea del Norte constituye cada día una amenaza más y más grave», reconoció la semana pasada en Seúl el subsecretario de Estado estadounidense Tony Blinken.
Pero el próximo ocupante del Despacho Oval -Hillary Clinton o Donald Trump- lo tendrá difícil.
«Los 100 primeros días serán cruciales», anuncia Joel Wit, del instituto estadounidense-coreano de la universidad Johns Hopkins: «En vez de esperar a ver qué pasa sobre el terreno, lo cual restringiría las opciones y dictaría una política, la nueva administración tendrá que anticipar, influir en la evolución de los hechos».
El debate sobre las posibilidades políticas se reduce a dos enfoques: los partidarios de un cóctel de sanciones y amenazas militares para poner en peligro al mismísimo régimen norcoreano y, por otro lado, los que estiman que estas medidas deben servir de base para proponer negociaciones e incitaciones a la desnuclearización.
Para algunos analistas, ya no se trata de resolver el problema del programa nuclear norcoreano, sino de contener la amenaza.
El coordinador de los servicios de inteligencia estadounidenses James Clapper estimó la semana pasada que convencer a Corea del Norte de que renuncie a la bomba atómica es una «causa perdida».
Como secretaria de Estado, Hillary Clinton, se opuso a negociar con el régimen de Kim Jong-Un mientras no aplicara medidas para una desnuclearización.
Algunas voces se han alzado contra esta política por considerar que Washington no hace lo suficiente para frenar los progresos científicos de Pyongyang.
Entre los partidarios del diálogo figuran Jane Harman y James Person, del centro de reflexión estadounidense Woodrow Wilson, quienes firmaron recientemente en el Washington Post una tribuna titulada «Estados Unidos debe negociar con Corea del Norte».
Abogan por negociaciones directas con Pyongyang sobre la congelación de todos los ensayos nucleares y de disparos de misiles de largo alcance de Corea del Norte. AFP