Hace un año que se declaró en República Democrática del Congo y, desde entonces, el virus del Ébola no deja de plantear retos a los profesionales sanitarios, entre batallas políticas, cuestiones farmacéuticas y una crisis de salud pública que empeora.
La décima epidemia en República Democrática del Congo (RDC) preocupa más allá de las fronteras de las provincias de Kivu del Norte y de Ituri (este), donde ha matado a casi 1.800 personas (1.790, según las últimas cifras) en 365 días, principalmente en las áreas de Beni y Butembo.
Arabia Saudita cerró las puertas de la Meca a los musulmanes residentes en RDC para evitar cualquier riesgo de contagio en la próxima peregrinación. Y en el aeropuerto de Casablanca, en Marruecos, se reparte un folleto con consejos e información sobre el ébola a los pasajeros procedentes de Kinshasa.
«Los intercambios económicos y humanos son muy intensos», advirtió Pierre Somse, ministro de Salud de la vecina República Centroafricana. «Nuestros ganaderos venden sus animales en RDC. Grupos rebeldes y cazadores furtivos van y vienen de un lado a otro de la frontera. Los riesgos son altos».
No se ha registrado ningún caso en la capital congoleña, a dos horas de avión de los principales focos de infección.
En Goma, la capital de Kivu del Norte, fronteriza con Ruanda, la frustración y la desesperación se apoderan de los dos millones de habitantes.
«Estamos sensibilizados, respetamos las reglas (lavado de manos y control de la temperatura), pero lo que queremos es que la epidemia termine pronto», afirmó Jonas Shukuru, conductor de mototaxi de la ciudad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el ébola una «emergencia de salud pública de alcance internacional» tras el descubrimiento de un primer caso a mediados de julio en Goma. Un segundo enfermo murió en la noche de martes a miércoles.
Sin embargo, la OMS desaconsejó el cierre de fronteras de RDC con los países vecinos, como Uganda, donde se registraron dos muertes por ébola en junio.
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La ayuda extranjera aumentó y el Banco Mundial anunció que aportará 300 millones de dólares adicionales en ayudas.
La enfermedad apareció en 1976 en el entonces Zaire (hoy RDC), cerca del río Ébola y en 2014 causó 11.000 muertes en África del Oeste.
La epidemia causó estragos, principalmente, en las zonas de Beni y Butembo-Katwa, que son presa de la violencia desde hace 25 años entre grupos armados, cuya presencia complicó las acciones de prevención.
Aún así, los equipos sobre el terreno se quejan, sobre todo, de la «reticencia» y la «resistencia» de los habitantes, que niegan la enfermedad, y rechazan vacunarse u hospitalizar a familiares, o los entierros «dignos y en seguridad» que lleva a cabo la Cruz Roja para evitar cualquier contacto con los fluidos del difunto, muy contagiosos.
La epidemia también tuvo varias consecuencias políticas. El ministro congoleño de Salud, Oly Ilunga, dimitió a finales de julio al considerarse desacreditado por el presidente, Etienne Tshisekedi, que decidió encargarse personalmente de la lucha contra el ébola.
Ilunga se oponía a la introducción de una segunda vacuna, reiterando su confianza en la inyección actual, de los laboratorios Merck, e invocando los riesgos que podría implicar la introducción de un nuevo producto en unas comunidades muy recelosas respecto al personal sanitario.
Este segundo producto, recomendado por la OMS, está fabricado por Johnson & Johnson y su eficacia todavía está siendo investigada. La vacuna de Merck ya fue probada, pero no tiene licencia. AFP