El presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, y su canciller, Isabel de Saint Malo, deben sentirse satisfechos por el resultado de la VII Cumbre de la Américas.
Aunque no se puede decir que fue un éxito rotundo, pues no se obtuvo el consenso para una declaración final y se registraron algunos enfrentamientos entre grupos sociales ahí presentes, sí se alcanzaron las dos metas (extraoficiales) principales.
En primer lugar, se logró la asistencia de los 35 Estados miembros del sistema interamericano representados al más alto nivel de Jefes de Estado o de Gobierno.
Dicha asistencia, a su vez, asegura la continuidad futura del proceso de Cumbre de las Américas, cuestión que varios países habían puesto en duda durante la reunión de Cartagena en 2012, argumentando la exclusión de Cuba.
Así pues, los grandes ganadores de la Cumbre de Panamá, además del país anfitrión, son Cuba y Estados Unidos. Todo lo anterior tiene especial importancia para México.
El país debe activar todas las baterías de su política exterior.
Lo que conduce a manifestar extrañeza por la oportunidad perdida por parte de México en la sesión plenaria de la Cumbre.
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El discurso del presidente Peña Nieto fue corto (ni siquiera ocupó los ocho minutos concedidos a cada orador) y vacío de contenido.
Apenas saludó el proceso de diálogo cubano-estadounidense y las negociaciones de paz de Colombia para pasar inmediatamente al discurso machaconamente repetido de las reformas estructurales.
En un foro internacional de máximo nivel y visibilidad, el gobierno de México no habló de política exterior, sino de política interna; no hizo alusión a los temas que se deben atender y resolver con el concurso de la comunidad interamericana, sino que se limitó como principiante, a apegarse al tema de la equidad sugerido en el nombre de la Cumbre.
México no sólo perdió la oportunidad para señalar cuáles son sus prioridades e intereses en el sistema interamericano, por ejemplo, tuvieron que hablar los presidentes de Guatemala y Argentina para recordar que la lucha colectiva contra las drogas es una de las cuestiones esenciales en este espacio, sino que no demostró altura de miras, conciencia del momento histórico, ni orgullo por las propias gestas diplomáticas.