Margarito Flores, de 34 años, se levantó de su silla minutos antes de escuchar su sentencia por narcotráfico en un tribunal federal de Chicago el 27 de febrero de 2015. Soltó tres frases. “I’m ashamed. I’m embarrased. I’m regretful”. Estoy avergonzado. Estoy abochornado. Estoy arrepentido. Margarito y su hermano gemelo, Pedro, liderabanuna de las redes de narcotráfico más importantes de EE UU, el principal consumidor de drogas del mundo. Controlaban el ingreso del 80% de cocaína, marihuana y heroína a Chicago y su distribución en otras ocho ciudades. Margarito y Pedro, hijos de mexicanos nacidos en Illinois, trabajaban para el poderoso cártel de Sinaloa, una organización criminal que funciona como una macabra multinacional.
Si el cártel de Sinaloa fuese una empresa, tendría más delegaciones que cualquier compañía mexicana. Tiene presencia en 17 estados mexicanos, 54 países —más que América Móvil (19), más que Cemex(50)— y llega a rincones donde el Gobierno mexicano ni siquiera tiene un consulado. El primer consejo de cualquier asesor corporativo es definir una misión, una identidad y una historia que guíen el proyecto y explique su razón de ser. Su génesis se remonta a la hermética sierra que cobija la región de la que tomó su nombre, donde el cultivo del opio y la marihuana lleva más de más de 100 años. De Miguel Ángel Félix Gallardo —El Padrino y fundador del cártel de Guadalajara— hasta Joaquín El Chapo Guzmán, decenas de capos nacieron en esas montañas. Son los genuinos herederos de los contrabandistas que en los años treinta y cuarenta pasaban gavillas de droga al otro lado de la frontera para satisfacer a los excombatientes estadounidenses.
Mientras otras mafias han abierto sus actividades a la extorsión y el secuestro, el cártel de Sinaloa permanece fiel a su principal misión. Son los líderes indiscutibles del mercado en EE UU. Domina el 30% del sector de marihuana y cocaína, y más del 60% de la heroína. Sus ventas rondan los 3.200 millones de dólares anuales según el libro El mal menor de la gestión de las drogas, escrito por un grupo de académicos mexicanos.
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Los indicios de sus redes caen como cuentagotas en aisladas notas periodísticas. 31 de marzo de 2011: “Tres supuestos miembros del cartel de Sinaloa enfrentan la pena de muerte en Malasia”. 21 de diciembre de 2014: “Detenido presunto enlace de las FARC con el cártel de Sinaloa”. 3 de febrero de 2014: “El avión destruido en Venezuela operaba para el cártel de Sinaloa”. 7 de mayo de 2014: “El cártel de Sinaloa contrata a maras en Estados Unidos”. La lista sigue.Un medio australiano afirma que han llegado a Oceanía gracias a sus vínculos con la N’drangheta y la Yakuza, la mafia japonesa. En Canadá han conseguido una alianza con los Hell’s Angels, según elDepartamento de Justicia de Estados Unidos.
Y una alianza fundamental: China, ilustrada por el misterioso caso de Zhenli Ye Gon: un empresario farmacéutico chino que, según investigaciones policiales, se convirtió en el principal proveedor del Cártel de Sinaloa para fabricar metanfetamina. Lo detuvieron en su casa, con más de 200 millones de dólares en efectivo en 2007 y ha permanecido desde entonces ocho años en EE UU, actualmente en una prisión de Orange (Virginia). La Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos rechazó revisar su caso para evitar su extradición a México.
La organización funciona como un conjunto de grupos criminales, como un cártel empresarial, según un informe de la DEA. Joaquín El Chapo Guzmán sería su consejero delegado. Ismael El MayoZambada y Juan José Esparragoza Moreno, El Azul (dado por muerto en 2014), sus jefes de operaciones. Por debajo hay una estructura entreverada, con frecuencia, por lazos familiares. “Su política de recursos humanos es flexible. Combina la parte familiar, que les asegura fuertes lealtades, con la captación de talento, como los ingenieros para cavar los túneles o los químicos para el cocinado de drogas sintéticas”, apunta el investigador del University College London (UCL), David Pérez Esparza. Los campesinos, empresarios, funcionarios y sicarios que trabajan para el Cártel de Sinaloa se cuentan por miles. Campesinos locales que cultivan en un área equivalente al territorio de Costa Rica, productores internacionales de cocaína en Colombia, Bolivia, Perú o distribuidores en Estados Unidos, como los gemelos Flores de Chicago.
Otra de las perversas analogías con el mundo empresarial es su capacidad de innovación. “Cuando en algunos estados de EE UU comenzaron a permitir la producción y venta legal de marihuana, el Chapo se dio cuenta que eso podría amenazar sus ingresos. ¿Cómo reaccionó? Como harían otras empresas: innovando. El cártel se ha movido hacia las drogas sintéticas, más rentables y sin competencia”, añade Pérez Esparza. Ante un previsible bajón de la demanda en el negocio de la marihuana, donde intervienen todos los cárteles del país, La Federación, como también es conocido el cártel, ha desplazado sus tentáculos hacia otras sustancias. De ahí su cambio de ramo a la producción de heroína, muy menor en México en comparación a otros países, o los laboratorios de metanfetamina, donde ha tenido un intercambio fluido con las mafias asiáticas que le proveen de la efedrina necesaria para cocinar la droga. El cártel de Sinaloa controla hoy el 70% del mercado de la metanfetamina en EE UU.
La innovación también incluye el apartado de la logística y la distribución. Sus sistemas de transporte han evolucionado desde el estraperlo clásico vía terrestre a túneles de alta ingeniería. Los 3.185 kilómetros de frontera están atravesados por más de 170 pasadizos subterráneos como si fueran madrigueras de topos. De contenedores en barcos ajenos, a submarinos y una potente flota de aviones.
La segunda fuga del Chapo Guzmán de una cárcel de máxima seguridad he elevado su fama en México a la altura de las estrellas del fútbol o los cantantes de rock. Se le dedican canciones, memes en Internet y gorras y camisetas con su foto. El Chapo Guzmán se ha convertido en una marca. Una macabra campaña de marketing para una empresa líder en actividades ilegales que para alcanzar la cima libró una sangrienta lucha contra sus competidores. Solo en los últimos 10 años, ha dejado un saldo de al menos 80.000 muertos y 30.000 desaparecidos en México.