El candidato se sintió ganador a medianoche. En ese momento abrió la puerta de la oficina en la que había estado esperando los resultados del domingo y salió a un patio donde lo esperaban decenas de seguidores. La gente se colocó en fila para estrecharle la mano, como en el besamanos de un rey. Todos en Iguala querían saludar al sucesor del diablo.
«¡Arriba el PRI, chingado!», gritó el cantante de Los Apodados, la banda de música encargada de amenizar la fiesta. Esteban Albarrán, de 46 años, acababa de saber que era el nuevo alcalde de Iguala, la ciudad mexicana en la que en septiembre fueron aniquilados 43 estudiantes. Se trata de una de las peores matanzas de la historia de México. Su antecesor, José Luis Abarca, un narcopolítico que mandaba en la ciudad en estrecho vínculo con el cartel local Guerreros Unidos, fue quien supuestamente dio la orden de acabar con los muchachos. Abarca está en la cárcel a la espera de juicio.
La ciudad que hasta ese momento era conocida como la cuna de la bandera de México pasó a ser la metrópoli del horror. Las autoridades y los policías rurales que buscaron a los estudiantes por los montes de alrededor a se toparon con decenas fosas clandestinas, hoyos repletos de cadáveres sin identificar. Hombres, mujeres y hasta un sacerdote africano que habían sido conducidos hasta allí en mitad de la noche para ser ejecutados. Iguala se había convertido en un gran matadero, uno de esos agujeros que ha engullido a miles de personas desde que estallara la violencia en el 2000.
Albarrán festejó el triunfo hasta tarde pero esta mañana luce fresco, como uno de esos actores que aparecen en los anuncios deaftershave. «Los menos culpables de esa tragedia somos los ciudadanos de Iguala. A la ciudad le pegó. Se han cerrado negocios, mucha gente perdió su empleo. Quedamos en la zozobra, el miedo, el terror. Mucha gente se fue de aquí», cuenta en el plató de una televisión local que acaba de entrevistarlo.
Hijo del director de Diario 21, el periódico más vendido en la ciudad, Albarrán estudió ciencias políticas y acaba de terminar una maestría en periodismo. Ha sido concejal, diputado federal y en una ocasión conversó en Madrid, durante un curso de comunicación política, con el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. El político, que tomará posesión oficialmente el 1 octubre, no ha tenido contacto con los padres de los estudiantes de Ayotzinapa, aunque dice estar dispuesto a dialogar con ellos.
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«Es un hombre honesto, íntegro. La maña [mafia] ya no va a controlar el Ayuntamiento», dice alguien de su entorno. Casado y con dos hijas, va a misa los domingos. El cargo de alcalde le obliga a lidiar con la policía municipal, un cuerpo que la investigación de la matanza demostró que estaba totalmente infiltrado por los criminales. «El gobernador de Guerrero se encargará de ellos. Vamos a unirnos al mando único», dice Albarrán.
Cuando ocurrió la tragedia, tanto en Iguala como en el Estado de Guerrero mandaba el PRD, la izquierda mexicana. Los votantes decidieron que este 7 de junio volviera a gobernar el PRI, el partido en el Gobierno. Pese a las críticas a la investigación —solo uno de los 43 ha sido identificado por los restos que ardieron en un basurero—, la responsabilidad política ha recaído en la izquierda.
—En tres meses se cumple un año de la aniquilación de los estudiantes. ¿Tiene pensado algún tipo de homenaje a las víctimas?
—No lo he pensado pero podemos hacer algo. Lo que sucedió no puede volver a repetirse.