Mauro Coca dibujó un pájaro tropical a lo largo del brazo de la joven Julivic Márquez. Minutos después apretó la aguja eléctrica que entintó los primeros centímetros de lo que le llevará nueve horas convertir en un quetzal rojo, azul y verde.
«Esto está realmente bueno», dijo Márquez de 21 años, una joven dominicana que estudia en Cuba, mirando el resultado sobre su piel.
Cuba ya tenía artistas tatuadores antes de la revolución y su práctica era mal vista en los 50. El triunfo de los rebeldes continúo en los 60 con el estigma, al que agregó las preocupaciones por los riesgos para la salud del grabado en piel.
Pero ahora el tatuaje está en alza en Cuba, con cientos de talleres que operan tolerados, aunque vulnerables pues no hay una regulación legal que los proteja a ellos mismos, a sus clientes, ni les ampare la compra de materiales o les imponga una formación sanitaria.
El taller a donde Coca trabaja, La Marca, abierto hace exactamente un año, es un ejemplo tanto de la aceptación como de las dificultades para encuadrarse jurídicamente.
Instalado en una concurrida calle de La Habana Vieja, elegantemente diseñado con arcadas de ladrillo y techos de madera de puntal alto, vitrinas con instalaciones y cuadros por todas partes, el taller ha hecho unos 600 tatuajes a cubanos y extranjeros desde que comenzó en enero de 2015; y trabajó activamente en varios proyectos con las exigentes instituciones estatales.
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«La Marca es mi casa, es mi estudio-taller. Así lo presentamos», explicó a la AP, Leo Canosa, un tatuador de 41 años y el dueño del lugar.
«El tatuaje en Cuba se mantiene en un limbo», reconoció Canosa, quien con su taller participó por ejemplo de la Bienal de Arte de La Habana en mayo –el más importante encuentro de expresiones visuales de la isla– con la presencia del creador mexicano Dr. Lakra, y realizó jornadas de reparación de juguetes para los niños o una exposición de patinetas «tuneadas».
La estatal Oficina del Historiador de la Ciudad suele difundir las actividades de La Marca y en sus comunicados de prensa la califica de un espacio «profesional», aunque de todas formas la sede mantiene su independencia de cualquier institución oficial.
«No somos ilegales, ni legales. Preferimos usar la palabra alegales, porque aunque estemos en ese limbo nuestra acción no es delictiva», comentó Marta María Ramírez, comunicadora de La Marca.
Pero mientras La Marca tenía un despegue exitoso, otros talleres sufrieron la presión de la ilegalidad.
A mediados de 2015, poco después de la Bienal, al menos media docena talleres desde aquellos de escasa trayectoria, hasta algunos que llevaban décadas de trabajo fueron cerrados.
Inspectores estatales se presentaron para decomisar máquinas, tintas y agujas, un operativo que puso en alerta a toda la comunidad de tatuadores por lo que incluso quienes no fueron visitados cerraron sus puertas para no perder los materiales.
«Luchamos porque se acepte este arte»
Uno de los que debió permanecer dos meses sin trabajar luego de que se le presentaran los inspectores fue el Che Alejandro Pando, con más de 20 años en el rubro y quien en los 90 trabajó arduamente para desestigmatizar el tatuaje en Cuba y ahora lo hace para lograr la legalidad del género.
«Los tatuadores en realidad no tienen ningún estatus, ni de artistas ni de nada. Estamos luchando desde el año 96 para que nos acepten dentro del arte en Cuba, pero al final eso no se ha logrado», expresó Pando de 43 años.
Tras las clausuras gubernamentales, un grupo de artistas se reunieron en casa de Pando con abogados y funcionarios del gobierno para ver «qué camino legal seguir», y al final se les permitió volver a trabajar.