A los 27 años, los gemelos Pedro y Margarito Flores parecían no tener límites: en unos cuantos años habían logrado controlar la venta y distribución de heroína y cocaína en Chicago y sin sangre de por medio.
Cuando secuestraron a Pedro, Margarito pagó el rescate y su hermano regresó vivo. Cuando la justicia estadounidense los empezó a buscar, cruzaron la frontera, se establecieron en México y siguieron creciendo el negocio. Pero cuando sus proveedores Joaquín El Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva les pusieron, cada uno por su cuenta, un ultimátum sobre su lealtad y pertenencia, los gemelos no supieron con quién irse.
Hasta entonces Guzmán Loera, Beltrán Leyva e Ismael El Mayo Zambada operaban como La Federación, pero en 2008 su relación se había roto y la guerra entre ellos por el territorio comenzaba: Los Beltrán se aliaban ahora contra Los Zetas. Unos y otros fueron claros con los gemelos Flores: o estaban con El Chapo o contra él, o estaban con los Beltrán Leyva o contra ellos.
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Y ahí, Pedro y Margarito, exitosos narcotraficantes mexicoamericanos de los más bravos barrios de Chicago, tuvieron miedo. Una cosa era negociar y estar protegidos por los poderosos capos, y otra ser enemigos de alguno de ellos.
En vez de responder a uno u otro, llamaron a sus abogados, y sus abogados a la DEA: los hermanos Flores prefirieron cooperar con las autoridades estadounidenses e ir a la cárcel que enemistarse conEl Chapo o Beltrán Leyva, de acuerdo con documentos del expediente y a una entrevista que Milenio tuvo con el fiscal que construyó el caso.