Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, apunta la urgencia de atender la crisis de los desaparecidos en México
Para Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), hay problemas humanitarios que ya no pueden ser negados por los gobiernos. Maurer (Suiza, 1956) ha hecho una breve visita a México y El Salvador para abordar con las autoridades de ambos países el impacto que el aumento de la violencia ha causado en la región. La organización busca auxiliar en los resquicios que no han sido atendidos: en México, la crisis de los 23.000 desaparecidos, el uso de la fuerza y el tránsito de migrantes hacia Estados Unidos; en El Salvador, la desbordada violencia entre pandillas que ha disparado nuevamente la cifra de homicidios.
Desde muy temprano el presidente del CICR acude a reunirse con ministros, académicos y otras organizaciones. En medio de la prisa se toma un momento para explicar a EL PAÍS las tareas que la Cruz Roja y la Media Luna Roja llevan a cabo en algunas regiones del mundo. Es inevitable para Maurer hablar de la crisis de desaparecidos que México sufre. El impacto que el caso de los 43 estudiantes de magisterio de Ayotzinapa ha tenido en los últimos meses, ha descubierto una urgencia. “Es claro que con los acontecimientos que ocurrieron el año pasado en este país, y que han tenido gran visibilidad, había una necesidad de discutir los puntos que son de corto plazo y que han llegado a la agenda política”, señala.
La cuestión de los desaparecidos en México es una controversia entre el Gobierno y una parte de la sociedad civil»
Peter Maurer, presidente de CICR
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De esas discusiones el CICR encontró una forma de asistir al Gobierno mexicano con un programa informático para gestionar datos forenses. La herramienta podría ayudar a las autoridades a identificar o descartar con mayor rapidez los casos de desaparecidos que inundan el territorio mexicano. “Es evidente que en el contexto del debate político en este país, la cuestión de los desaparecidos es una controversia entre el Gobierno y una parte de la sociedad civil, por lo que es muy natural para el CICR contribuir con el fin de llevar herramientas de mejores prácticas y procedimientos de operación estándar en el contexto mexicano, lo que permitirá, finalmente, aliviar algunas de las tensiones”.
La cara más visible de la Cruz Roja está en las calles de algunas zonas de conflicto en el mundo. Centroamérica y México concentran una región con un intenso número de desplazamientos de migrantes, y Maurer reconoce que la actividad de su organización allí es tan intensa como en otras partes del mundo. Según cifras del CICR cada año unos 230 millones de personas son parte de estos flujos migratorios. El CICR proporciona asistencia médica y contribuye a que los migrantes se pongan en contacto con sus familias. Maurer asegura que la organización busca localizar los sitios en la ruta hacia Estados Unidos donde los migrantes requieren de esta ayuda.
“Lo que hemos desarrollado en México y América Central es un excelente modelo que ilustra la dimensión humanitaria de la migración”, expone mientras compara las tareas de asistencia a migrantes del CICR en América de las que se hacen en África. Allí, reconoce los gobiernos y la sociedad están ocupados atendiendo conflictos más complejos. “Nuestro enfoque en América no es diferente de lo que tratamos de hacer en este momento en África. Estamos menos avanzados, francamente, porque es más difícil en el momento actual para los países comprometerse con el movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja a lo largo de los flujos migratorios en África”, admite.
En el último año, el CICR ha trabajado intensamente en zonas de conflicto como Yemen, Siria y Nigeria. Maurer ha confirmado que los esfuerzos por trasladar asistencia humanitaria a algunas ciudades de Siria afectadas por la guerra han tenido éxito. La clave, sugiere, es la “construcción de confianza” con el Gobierno sirio y los rebeldes. La organización contribuyó, por ejemplo, a restablecer la electricidad y el servicio de agua en Alepo, una de las ciudades más golpeadas por el conflicto. El presidente del CICR celebra también que los equipos médicos que ofrecieron en Yemen estén funcionando.
No teníamos experiencia con el ébola. Teníamos algunos médicos y enfermeras que sabían cómo tratarlo, pero no eran suficientes»
Peter Maurer, presidente de CICR
Cuando Maurer habla de los retos de la organización su entusiasmo se refleja en la conversación. El más desafiante ha sido, sin duda, la expansión del virus del ébola en África Occidental. “No teníamos experiencia con el ébola. Teníamos algunos médicos y enfermeras que sabían cómo tratarlo, pero no eran suficientes. La pandemia afectó a la comunidad humanitaria en un sitio donde no había una preparación sólida. Así que tuvimos que aumentar la escala de algunos de nuestros esfuerzos lo que retrasó aún más la cuestión”.
La complejidad para atender el virus, expone, fue que a diferencia de otros conflictos humanitarios la velocidad con que la enfermedad avanzaba superó los esfuerzos de todas la organizaciones que se volcaron para ayudar. “No era un desastre natural, no era una guerra”, señala. Maurer reconoce que la Organización Mundial de la Salud demoró su respuesta y que la acción para impedir el avance del virus no ocurrió con rapidez. “La realidad no está en sintonía con las decisiones políticas y económicas, y luego los conflictos y los desastres nos recuerdan que las estructuras de organización de los sistemas internacionales no son suficientes para responder a los problemas”, apunta.