La cadena vuelve a romperse por el eslabón más débil y tras un lustro de severa crisis financiera y el infierno vivido por los helenos ante su descomunal deuda externa, Grecia estalla ante las miradas atónitas de quienes pudieron evitar la debacle, en especial el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En un referendo que hará historia, el pueblo griego eligió decir no a los acreedores y asumir con absoluta conciencia las responsabilidades y consecuencias que se pueden derivar de ese acto, como su salida de la zona del euro y un agravamiento -si es que fuera posible- de la crisis financiera que golpea tan brutalmente a la gente común.
Los griegos se cansaron de los crecientes recortes en las áreas sociales desde 2010, y de que sus magros ingresos y ahorros sean consumidos de manera estéril por una deuda de 267 mil millones de dólares cuyo fin no se observa y que cada día es más abultada por el simple expediente de que es materialmente impagable.
El sistema bancario griego está colapsado, y lo peligroso del asunto es que puede arrastrar al abismo a sus partners europeos en un efecto dominó que podría sobrevenir aun cuando líderes conservadores como la alemana Ángela Merkel, el español Mariano Rajoy o el propio presidente del BCE, el italiano Mario Draghi, repitan todos los días que los vientos huracanados griegos no afectarán al resto de los 19 países miembros de la eurozona.
Sin embargo, la agencia de calificación Standard & Poor’s (S&P), aunque consideró controlable el riesgo de contagio financiero en caso de que Grecia salga del euro, admitió y advirtió que podría tener consecuencias a largo plazo difíciles de prever.
Un juicio a tomar muy en cuenta al respecto es el del economista francés Thomas Piketty, quien asegura que la salida de Grecia del euro sería catastrófica y la solución pasa por reestructurar el conjunto de deudas de la zona euro. El plan propuesto por los acreedores es malo y recesivo. Luego si se trata de saber si el plan es bueno para Grecia, la respuesta es claramente no, señaló en una entrevista.
El conservadurismo europeo votó por el sí, es decir, por el mantenimiento del estado actual griego y la negación de cualquier variante para solventar la crisis fuera de los esquemas establecidos por el BCE y el FMI; amenazó al primer ministro Alexis Tsipras y a su partido Syriza de diferentes formas, y se lo jugó todo para hacerlo fracasar y sacarlo del escenario, pero se cogieron el dedo con la puerta. El apoyo al no fue sorprendente.
Ahora ese sector conservador está obligado a replantear su estrategia con Grecia e iniciar una nueva negociación de forma inmediata pero con los puntos de partida formulados por Tsipras los cuales, a grosso modo, condicionan la aceptación de la mayoría de las propuestas de la troika (Comisión Europea, BCE y FMI) a reestructurar la deuda y permitir una quita (reducción) porque esa deuda es imposible de pagar.
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La cuestión radica en que no se puede acusar a Grecia de no querer pagar porque simplemente no tiene con qué pues su deuda es tan voluminosa que representa el 180 por ciento de su Producto Interno Bruto, algo descomunal. Tampoco se le puede achacar al actual gobierno de Tsipras y sí al conservador de Nueva Democracia que ocultó información.
Por lo tanto, lo que está en discusión es cómo Grecia va a dejar de pagar su deuda después del referendo, si con una quita ordenada o con su salida de la zona del euro, aparentemente la más gravosa pues provocaría una devaluación de su moneda y dejaría a los acreedores parcialmente sin cobrar. Ese es el dilema.
Grecia le plantea a Europa nuevos retos, y ya es inútil un mea culpa de la clase política griega que llevó irresponsablemente a la ruina al país en su ambición de enriquecerse con el dinero que les llegaba a borbotones del resto de Europa.
La tarea inmediata es revisar la deficiente arquitectura del euro, la política de tipos de interés bajos que beneficiaba solo a las economías más fuertes como la de Alemania, y a los bancos que prestaron ese dinero sin preguntar para qué.
Todo el mundo sabe que fueron los bancos privados los que prestaron ese dinero por toneladas, al igual que hicieron en España donde la crisis se ha profundizado con Rajoy, la cual no solamente es económica, sino también del espíritu que ha estimulado como en la década de los 30 del siglo pasado la emigración española en busca de trabajo.
Ángela Merkel y su aliada del FMI, Christine Lagarde, no han visto cumplidos sus sueños de que ganara el sí y el referendo fuera una derrota para Tsipras, una piedra en el camino convertida en una roca que las mandarrias del Fondo y el BCE no han podido pulverizar.
Por el contrario, Tsipras y su gobierno del Syriza tienen una legitimidad impactante difícil de sepultar, lo cual le da mucha fuerza en las negociaciones con la troika para torcerle el brazo y obligarla a cumplir sus demandas al BCE y el FMI, de que aumenten la financiación para asegurar la liquidez de los bancos, bajar sustantivamente el perfil de la deuda con una quita de más del 30 por ciento del total de lo adeudado y un período de gracia de 20 años, y aceptar un plan de reestructuración de la deuda, la cuestión fundamental de la crisis griega.