Surgido de las cenizas de la guerra civil en el sur de Estados Unidos, el Ku Klux Klan desapareció y renació antes de perder la batalla contra de los derechos civiles de los negros en la década de 1960. Perdió miembros, se dividió y varios de sus militantes terminaron en la cárcel por una serie de asesinatos de negros. Muchos pensaron que la organización ya no existía y era apenas un fantasma de capas blancas, símbolo del odio y la violencia.
El KKK, sin embargo, sigue vivo y sueña con volver a ser lo que fue: un imperio supremacista blanco invisible, cuyos tentáculos se esparcen por toda la sociedad. Al conmemorar sus 150 años, el Klan trata de adaptarse a los tiempos modernos.
Y su principal causa ya no es la lucha contra los derechos civiles de los negros sino frenar la inmigración, según Brent Waller, imperial wizard (máximo líder) de los United Dixie White Knights de Mississippi.
Varios líderes del Klan coinciden en que el que Donald Trump tenga prácticamente asegurada la nominación presidencial republicana es un indicio de que la visión de esa organización está ganando peso.
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«Venimos diciendo desde hace 40 años que hay que construir un muro» en la frontera con México, como propone Trump, expresó Thomas Robb, líder de una filial del Klan de Arkansas.
Decenas de miembros del KKK siguen reuniéndose al aire libre en el sur para prenderle fuego a cruces durante la noche y en tiempos recientes han circulado panfletos de la agrupación en barrios suburbanos tanto del sur como del norte. Y algunas agrupaciones independientes del Klan dicen que se están uniendo a otras organizaciones más grandes para ganar fuerza.