México Distrito Federal es una rareza dentro del ecosistema político del país. La capital fue durante las siete décadas de poder omnímodo del PRI casi un apéndice del Gobierno, que nombraba a dedo a su regente en la ciudad. Sus cerca de nueve millones habitantes comenzaron en 1997 a poder elegir a sus diputados locales y su jefe de Gobierno. Y desde entonces, siempre ha ganado la izquierda, representada por el PRD. Un partido que paradójicamente nunca ha llegado a alcanzar la presidencia de la república. Las elecciones del siete de junio volverán a poner a prueba el músculo de la izquierda en la capital. Pero esta vez hay dos contrincantes en la misma esquina. La aparición de Morena, una escisión del PRD liderada por el carismático López Obrador, antiguo jefe de Gobierno del DF, asegura un disputado combate.
El PRD llega con una ligera ventaja a los comicios para la asamblea legislativa local y 16 alcaldías, pero cedería el poder en algunos de los distritos clave, según los sondeos. Las distancias con su adversario son cada vez menores y las grietas dentro del partido, cada vez más anchas. En una conversación interna publicada esta semana por el periódico El Universal, se escucha al presidente de la formación,Carlos Navarrete, desacreditar al actual jefe de ejecutivo capitalino, Miguel Ángel Mancera, y dar prácticamente por perdido el Gobierno de la ciudad sino esta vez, para las próximas elecciones.
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Durante casi 20 años, el DF ha servido al PRD como un laboratorio para la fabricación de sus líderes antes de catapultarlos a las candidaturas presidenciales. Hoy, todos sus ex jefes de gobierno han renunciado al partido: Cuauhtémoc Cárdenas, Marcelo Ebrard, Rosario Robles o el propio López Obrador, con el que el PRD acarició la presidencia de la república en 2006. Desde la conquista de la dirección del partido dos años después por parte de la corriente Nueva Izquierda, el goteo de cuadros ha sido una constante. El reproche de los críticos a la cúpula es una estrategia excesivamente pactista, casi complaciente con sus oponentes, que tuvo su cima en la firma en 2012 del Pacto por México, auspiciado por el recién elegido gobierno del PRI.
Para López Obrador, el PRD es “el traidor” de la izquierda. Mientras que su formación Morena, registrada como partido en verano del año pasado y con el punto mira en las elecciones presidenciales de 2018, es la única esperanza para una regeneración de vida política mexicana basada en el rechazo a la corrupción y la impunidad. La catedrática de Estudios Políticos del CIDE María Amparo Casar considera que “la principal debilidad del PRD es la ausencia de un liderazgo fuerte y su fraccionamiento interno. Y paradójicamente, la mayor debilidad de Morena es el exceso de liderazgo de López Obrador que ahoga cualquier iniciativa de la estructura del partido”.
El líder de Morena, de 61 años, aparece en prácticamente todos los carteles electorales y ha recorrido el país de esquina a esquina apoyando a sus candidatos. “Es un símbolo que jala muchos votos. Es un motor y un icono de la lucha democrática de izquierdas. Es el único, porque en el PRD ya solo queda la parte negociadora”, sostiene Ricardo Monreal, otro ex cuadro perredista, ahora en Morena, y candidato a jefe delegacional (las áreas en las que se divide la ciudad) enCuauhtémoc, el distrito nuclear y de mayor influencia. Las encuestas le dan la victoria por una margen considerable.
Los sondeos también coronan a Morena en Iztapalapa. La delegación más poblada de la ciudad –el 21.4% del censo– es el botín más deseado. “Para el PRD perderla significa que su adversario tendrá una enorme base de movilización y recursos por más de 3.000 millones de pesos”, apunta Casar. Iztapalapa escenifica además muchas de las artistas de esta batalla. Allí comenzaron las fricciones entre López Obrador y su antiguo partido; la candidata de Morena es una ex perredista; y la candidata del PRD es fruto de una heterodoxa alianza con el partido de Elba Esther Gordillo, la ex lideresa del sindicato Nacional de Trabajadores encarcelada hace dos años por fraude fiscal y lavado de dinero.
Jesús Ortega, una de las cabezas de la cúpula del PRD, confía en mantener el control de las plazas clave, a su vez que justifica así su pacto con el pequeño partido gremial: “Han cambiado mucho las cosas. No todos los militantes de ese partido son autómatas que siguen instrucciones de Elba Esther. Ese es un análisis simplista”.
En un escenario de fuerte fragmentación en la cámara legislativa local –configurada ahora por una mayoría del PRD (51%) seguido de PAN (19%) y PRI (13%)– el resto de partidos podrían ser cruciales. “El ganador no tendrá mayoría absoluta y el Jefe de Gobierno, que no es objeto de elección en estos comicios, se tendrá que enfrentar a la cruda realidad de negociar si quiere aprobar las leyes que desea”, explica Casar. Este boceto del nuevo poder en el DF, más fraccionado que nunca por la cohabitación de dos formaciones hermanas en disputa, servirá además de campo de pruebas de cara al combate final, la elecciones presidenciales de 2018.