La batalla en la derecha mexicana ha dado comienzo. Espoleada por los pésimos resultados obtenidos en las pasadas elecciones por elPartido de Acción Nacional (PAN), Margarita Zavala, la esposa del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), sorprendió este domingo a propios y extraños al anunciar su intención de disputar la presidencia de México. El paso marca el inicio de una contienda interna que se prevé larga y dolorosa para la segunda fuerza mexicana, pero también muestra que el país ha entrado en un nuevo ciclo político. En México ha empezado la carrera por la presidencia.
El desafío de Zavala, de 47 años, es un reflejo de la crisis que devora al PAN. Ni es diputada ni tiene poder orgánico dentro de la formación. Sus aspiraciones han sido dinamitadas hasta la fecha por el presidente del partido, Gustavo Madero, un político de talante moderado, que hace un año derrotó con el 57% de los votos al sector calderonista en las primarias. Una vez afianzado en el poder, Madero llevó a cabo una implacable purga en la que no le importó humillar públicamente a Zavala el dejarla fuera de las listas electorales.
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Frente a quienes le atribuían un excesivo entreguismo al PRI, con el que forjó el Pacto por México, Madero prometió mejorar los resultados electorales. El partido, desde la victoria presidencial de Vicente Fox en 2000, con el 42,5% de los votos, ha sufrido un largo declive. Con Calderón descendió al 35,8%, y en las pasadas presidenciales perdió con el 25%. Madero consagró sus energías a romper esta tendencia a la baja. Pero las elecciones del 7 de junio echaron por tierra su esfuerzo. El PAN sólo obtuvo un 21% del voto. No sólo no había frenado la caída, sino que el resultado era uno de los peores desde 1994.
El desplome abrió la caja de los truenos. Y Margarita Zavala aprovechó para atacar. Pero para sorpresa de sus correligionarios no buscó la presidencia del partido, sino de la nación. La apuesta máxima. El anuncio lo efectuó mediante un vídeo sobrio y de factura apresurada. En su discurso (2,01 minutos) clama por la reconciliación y lanza un mensaje que va más allá del deteriorado perímetro del partido. Consciente del fuerte auge que han experimentado las candidaturas independientes, con fenómeno telúricos como la victoria de El Bronco en Nuevo León, Zavala propone un acercamiento a los desencantados: «Quiero construir un proyecto nacional que congregue a panistas, pero también a quienes han votado por otras alternativas y a quienes han dejado de creer en los partidos». Este ensanchamiento de la base electoral no será fácil.
De modos tranquilos y bien considerada por sus adversarios, la presencia de Margarita Zavala en la arena política es anterior a su matrimonio con Calderón. En los últimos meses ha cultivado con esmero esta personalidad propia. Ha evitado en sus intervenciones cualquier referencia al pasado y se ha tallado una figura almibarada con constantes apariciones en revistas. Pero pocos dudan de que por mucha que sea la distancia actual, su unión con el presidente que desató la infernal guerra contra el crimen organizado le pasará factura. México aún vive el espanto de las 80.000 muertes y 23.000 desapariciones que dejó el mandato de Calderón. Y esta carga la perseguirá en cualquier contienda.
Pero no es solo al pasado a quien tendrá que enfrentarse Zavala. Su enemigo ya ha dado el primer movimiento para cerrarle el paso. Madero, según los expertos, abandonará previsiblemente la presidencia del PAN y dejará el puesto a su epígono Ricardo Anaya, actual jefe del grupo parlamentario. La salida le permitiría reducir las críticas y, como ya hizo el año pasado, teledirigir a través de su delfín las riendas del partido. Anaya, en esta línea, ha pedido que se adelante la elección a la presidencia del PAN. Si en esta jugada Madero logra mantener el aparato bajo su control, las posibilidades de Zavala se verán seriamente reducidas.
Pero sea cual sea el resultado final de la batalla, la postulación de Zavala muestra que el universo político mexicano ha entrado en un nuevo ciclo. Pasadas las elecciones intermedias, todos los grandes partidos tienen la vista puesta en 2018, fecha de los comicios presidenciales. En el flanco izquierdo ya hay un aspirante declarado: el carismático e incombustible Andrés Manuel López Obrador. Dos veces candidato presidencial con el PRD, ahora dispone para la contienda de su propia formación, Morena. Pero su base es exigua. Su estreno electoral, aunque potente en zonas clave como el DF, no le ha permitido pasar del 8% del voto y ha supuesto la fractura de la izquierda.
En el PRI, el gigante a derribar por Zavala y López Obrador, el proceso de elección aún está en los albores. Los diferentes barones, temerosos de caer fulminados, apenas han empezado a moverse. El interrogante, dados los poliédricos equilibrios de poder mexicanos, necesitará tiempo para su resolución, y será con seguridad Peña Nieto el que, antes de abandonar la presidencia, tome la decisión. La batalla no ha hecho más que empezar.