En una autopista del noreste de Siria, Husein Abdel Hamid tuvo que esperar una hora en su vehículo sin poder avanzar, debido a que ni las fuerzas estadounidenses ni las rusas se querían ceder el paso.
Este tipo de incidente se ha vuelto habitual en la zona, e ilustra la difícil convivencia entre las tropas estadounidenses y rusas, desplegadas en Siria en el marco del conflicto, que estalló en 2011 y en el que acabaron implicados varios actores beligerantes, apoyados por potencias extranjeras con intereses divergentes.
«Las fuerzas estadounidenses y las fuerzas rusas […] se comportan como si fueran taxis» en plena carrera, lamentó Abdel Hamid, de 55 años.
Los soldados estadounidenses se encuentran en territorio sirio desde 2014 en el marco de una coalición internacional formada para apoyar a las fuerzas kurdas en su lucha contra los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI).
En cuanto al ejército ruso, interviene militarmente en el país, respaldando a Bashar Al Asad, desde 2015. A finales de 2019 desplegó tropas en el noreste de Siria, para apoyar a las fuerzas kurdas contra una ofensiva de Turquía.
Desde entonces, los soldados rusos y estadounidenses comparten espacio en Siria, por primera vez en décadas.
Abdel Hamid explica que hace poco presenció disputas en la autopista que conecta Qamishli con Hasaké. «Ya no sabemos qué carreteras tomar, es como si pasáramos de un país a otro», lamenta.
– Confrontación «limitada» –
En octubre de 2019, el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció la retirada de la tropas estadounidenses de las zonas fronterizas del noreste de Siria, lo que dejó vía libre a Ankara para llevar a cabo su ofensiva contra los kurdos.
Estos últimos, sintiéndose abandonados por su aliado estadounidense, no tuvieron más opción que buscar apoyo en los combatientes progubernamentales, y sobre todo en Moscú, para frenar el avance de Ankara.
Pero, al final, Washington anunció que mantendría 500 soldados en el sector para garantizar la protección de los pozos petroleros controlados por los kurdos.
«La presencia conjunta de Rusia y Estados Unidos en el noreste de Siria es una situación excepcional», declaró Samuel Ramani, doctorando en la Universidad de Oxford.
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Y ello, pese a que los incidentes se han incrementado en los últimos meses.
A principios de marzo, unos videos compartidos en las redes sociales mostraban un tanque ruso avanzando a gran velocidad para adelantar a un vehículo estadounidense que pretendía cortarle el paso, y ambos vehículos casi se rozaban.
En febrero, se registraron intercambios de disparos al paso de vehículos estadounidenses cerca de una barrera de las fuerzas prorrégimen, donde un ciudadano sirio murió.
El ministerio de Defensa ruso mencionó un «conflicto entre la población local y las tropas estadounidenses», y aseguró que la intervención de los soldados rusos permitió evitar una «escalada».
– Una situación «delicada» –
Unos incidentes que «muestran hasta qué punto la situación es delicada sobre el terreno», subrayó Charles Thépaut, investigador en el Washington Institute for Near East Policy, si bien matizó que ni Washington ni Moscú quieren una «confrontación directa».
«La concentración de fuerzas hostiles entre sí en un sector limitado, en el que todo el mundo debe utilizar las mismas carreteras, hace que las cosas se vuelvan peligrosas», explicó.
El «objetivo de Rusia» en la actualidad, según Thépaut, es que las fuerzas estadounidenses salgan de Siria y «presionar» a los combatientes kurdos para que «negocien con el régimen».
En este contexto, los kurdos se han visto atrapados entre Moscú y Washington, e intentan cooperar con ambas potencias y conservar, al tiempo, la semiautonomía de la que gozan y que tanto les costó lograr.
No obstante, la desilusión va ganando terreno.
«Ya no confiamos ni en los estadounidenses ni en los rusos», suelta Yaacub Kasar, un sexagenario, cerca de Qamishli. «Los Estados solo miran por su propio interés». AFP