El día en que Nasrin Sotoudeh tenía que visitar la Corte por primera vez desde su encarcelamiento, en el 2010, los guardianes la esposaron. Su indignación no pudo ser mayor. Esta abogada estaba convencida de que no tenían derecho a hacerlo: no había manera de que pudiera escapar y había sido ella quien se había presentado a las autoridades para responder por unos “cargos imprecisos de seguridad nacional”, como los califica Human Rights Watch.
“Me esposaron para humillarme”, afirma. Para entonces, esta mujer de 51 años ya era una figura respetada internacionalmente por su lucha en favor de los derechos humanos y porque se atrevía a llevar los casos más delicados de Irán, como la defensa de la premio Nobel de paz Shirin Ebadi.
Sotoudeh pidió hablar con el subdirector de la cárcel para que le dejara las manos libres. Aceptó. Pero cuando superaron la primera barrera de seguridad, el oficial a cargo dio una contraorden: atada. Protestó de nuevo y amenazó con reaccionar. Y lo hizo, como lo haría muchas otras veces durante los más de dos años que pasó en prisión, especialmente con huelgas de hambre. La última vez, fue para manifestarse contra el acoso a su esposo y su hija adolescente, Mehraveh, a quienes les decomisaron los pasaportes y les prohibieron dejar la República Islámica.
“Nunca he sentido que tenga una valentía especial. Y me sorprende que a la gente le llame la atención mi manera de ser. Lo que pasa es que cuando estoy muy brava y me dicen que haga una cosa, no la hago”, explica. Aquel día de tribunales, levantó las manos esposadas y caminó así el resto del tiempo, como gesto de protesta.
Al encontrase en la Corte con su esposo, Reza Khandon, pasó las esposas por encima de su cabeza y lo abrazó, en una acción atípica en Irán, donde los comportamientos amorosos se esquivan, incluso entre marido y mujer. La foto que registra el momento en que esta mujer bajita y delgada abrazó a un hombre sonriente quedó como testimonio de su rebeldía y de la complicidad que mantiene con su pareja, que nunca ha dejado de apoyarla.
“Ellos querían lastimarme poniéndome las esposas. ¿Por qué no hacía yo algo para neutralizar eso? Creo que los anulé y tuve un buen sentimiento. Pero no fue en absoluto un acto de valentía”, cuenta mientras bebe un té en una oficina en las montañas del norte de Teherán, a pocos metros de Evin, la famosa cárcel destinada a los presos políticos, Sotoudeh incluida.
En los rincones de esta oficina, perteneciente a un amigo y que ella usa para recibir visitas, quedan rastros de los carteles que ha llevado a diferentes marchas de protesta. Stop killing your fellow beings (“dejen de asesinar a sus semejantes”), dice el último, que sacó a la calle meses atrás para protestar por una serie de ataques con ácido contra mujeres en Isfahán, la tercera ciudad del país. Ese día, la detuvieron durante 14 horas.
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“El director de la cárcel me invitó a conversar una vez y le expliqué que defendía de la misma manera a todos mis clientes, desde el menos famoso hasta el que ha ganado el premio Nobel de la paz –recuerda–. ‘Para mí no hay diferencia. Y no me arrepiento de haberlos defendido. Creo en la inocencia de todos’, le dije”.
Argumentos similares les dio a sus dos hijos para explicarles por qué su madre estaba en la cárcel, y no con ellos. “Yo sé que ustedes requieren de agua, de comida, de techo, de una familia, de unos padres, de amor y del derecho a poder visitar a su madre –les escribió desde prisión–. Sin embargo, en la misma medida, necesitan libertad, seguridad social, Estado de derecho y justicia”. Hoy, cuenta, con ironía, que hace pocos días su hija mayor le dijo que ella era una conservadora, que el moderno en la casa era su papá.
Su familia entiende perfectamente su lucha, pero vive con el temor de que vaya nuevamente a prisión. Saben que la mayoría de abogados especializados en casos como los que ella lleva están en la cárcel, incluido su propio apoderado, o fuera del país.
No obstante, todos han terminado por apoyarla. Esto incluye a su madre, que no veía con buenos ojos el camino que tomó su hija, pero que terminó por convertirse en un gran apoyo cuando fue encarcelada. Infortunadamente, murió meses antes de que Sotoudeh quedara en libertad. “Pude participar de su funeral, mas no del de mi padre, que murió dos semanas después de ir a prisión. Ese fue el momento más duro para mí”, reconoce.
Nasrin Sotoudeh no es una persona fácil para la República Islámica. Desde el 21 de octubre pasado, todos los días laborables se ubica a la entrada del Colegio de Abogados de Irán, para que le permitan ejercer como abogada.
Desde su liberación, en septiembre del 2013, una de sus principales preocupaciones fue el trabajo. En principio, se le prohibió ejercer la abogacía durante diez años, pero en septiembre pasado un tribunal revocó la decisión. Sin embargo, el comité disciplinario del Colegio de Abogados la suspendió durante tres años.
“Cuando me di cuenta de que el Ministerio de Inteligencia interfería en mi caso, les advertí a los directivos del Colegio de Abogados que iba a hacer una sentada frente a su sede si estas maniobras terminaban con mi suspensión, como pasó”, relata. Y prometió hacerlo hasta que la decisión se revierta.