Entre restaurantes de comida rápida y puestos que proponen noche y día recuerdos fabricados en China, La Meca parece un gran bazar durante el hach, la gran peregrinación anual de los musulmanes.
«Los negocios van muy bien, alabado sea Dios», dice con satisfacción Fayzal Addais, que regenta un puesto en una avenida comercial a unos metros de la Kaaba, el santuario más sagrado del islam, en la Gran Mezquita.
«Los clientes son extranjeros y hablan todos los idiomas», añade este comerciante yemení de 41 años, que vende recuerdos religiosos.
En esta bulliciosa avenida, hileras de puestos y escaparates se superponen, sobresalen en la calzada y rivalizan con carteles variados para atraer a los clientes.
Cantidades de éstos deambulan entre los enjambres de palomas que arrullan sin descanso sobre el asfalto.
El comerciante Alí, por su parte, «multiplica por cinco» su volumen de negocios durante el hach, que atraerá del 9 al 14 de agosto a unos 2,5 millones de fieles peregrinos llegados del mundo entero.
Este peregrinaje es uno de los cinco pilares del islam que todo musulmán debe realizar al menos una vez en la vida, si puede permitírselo.
– «Culto del dinero» –
«En cualquier parte de la ciudad hay, muy cerca, alguien para vender algo», resume el intelectual británico de origen paquistaní Ziauddin Sardar, en su obra «Historia de La Meca» publicado en 2014.
El comercio en La Meca es «omnipresente y omnipotente», los peregrinos se ven «incitados sin cesar a gastar su dinero», subraya el autor, quien señala un «culto del dinero y del consumismo».
Hay recuerdos devotos que el peregrino compra en gran cantidad: alfombras de oración, incienso, ejemplares del Corán, rosarios de madera o de perlas de plástico brillantes, pañuelos, agua de Zamzam (un pozo) que supuestamente aporta virtudes milagrosas, relojes que emiten cantos de llamada a la oración, figurita de la Kaaba fabricadas en China, etc.
Pero también se encuentra oro saudita (muy codiciado), relojes, ropa ‘prêt-à-porter’ o productos tecnológicos.
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Cerca de la explanada de la Gran Mezquita, centros comerciales climatizados reciben incesantemente a miles de fieles. Las tiendas, incluidas las de lujo, siempre están llenas o casi: sus persianas están bajas sólo durante la oración.
A esto se suman los innumerables restaurantes baratos y grandes insignias de comida rápida en las callejuelas y en las ruidosas arterias de esta ciudad del oeste saudita.
– «La mezquita y el comercio» –
Esta tendencia al consumo desenfrenado no es nueva: «A lo largo de los siglos, los peregrinos dividían su tiempo entre la mezquita y el comercio», resume Abdelá Hamudi, antropólogo en la universidad de Princenton en Estados Unidos, en su libro «Una temporada en la Meca».
«Las dimensiones mercantil y religiosa siempre han estado relacionadas en La Meca […] ya estaban presentes en el peregrinaje preislámico», abunda el universitario Luc Chantre, maestro de conferencias en la universidad francesa de Rennes 2, autor de varias obras sobre el hach en la época contemporánea.
«Lo que es nuevo son esas inmensas galerías comerciales de varias plantes que sustituyeron a los viejos zocos alrededor de la Gran Mezquita», explica a la AFP.
En los grandes lugares de peregrinaje, como en San Giovanni Rotondo en Italia, en Lourdes en Francia o en Nuestra Señora de Guadalupe en México, comercio y fe van a menudo de la mano.
Pero «es un comercio ligado exclusivamente a los recuerdos y a las ofrendas», precisa el universitario francés.
La puerta de entrada a La Meca, la ciudad de Yeda, a menos de 90 kilómetros de allí, es el bastión histórico de las familias comerciantes, en parte gracias a su inmenso puerto.
Más allá del hach, los musulmanes pueden realizar el peregrinaje a lo largo de todo el año (la umbra).
Este turismo religioso aporta miles de millones de euros al año. El reino rico en petróleo, que busca diversificar su economía, apuesta por él. AFP