Uno perdió a su tío, el otro está de luto por sus dos hijos. El paso del grupo yihadista Estado Islámico (EI) ha convertido a las huertas de Baiji, al norte de Bagdad, en campos de la muerte con los agricultores aterrorizados.
En 2015, los yihadistas colocaron minas en carreteras y campos de esta región para frenar la contraofensiva iraquí.
A finales de 2017, fueron expulsados de todos los territorios que controlaban pero las minas, la mayoría de ellas de fabricación artesanal, siguen segando vidas y disuaden a las familias de volver a sus granjas.
«Los fantasmas del EI siguen ahí. Sus crímenes siguen ahí, bajo tierra», comenta con una mueca Abu Bashir, un granjero de 53 años que perdió dos hijos por el estallido de minas del EI.
«Volvimos en marzo de 2018 y el lugar estaba minado. No nos sentíamos seguros», cuenta. «Los niños jugaban en el exterior cuando una mina estalló bajo los pies de mi hijo de seis años. Murió en el acto». Un año más tarde, otro de sus hijos, de 18 años, falleció en circunstancias similares.
Hoy en día Abu Bashir se siente incapaz de reconstruir su casa, destruida en los combates entre grupos gubernamentales y yihadistas. «El que ha sido mordido por una serpiente teme a la cuerda», reza uno de nuestros proverbios. «Desde que murieron mis dos hijos todo me da miedo».
– «Casa bomba» –
Lahib, de 21 años, vio morir a su tío, desmembrado por una mina
«Hemos vuelto a nuestras casas pero los vestigios de la guerra siguen ahí. El EI nos legó casas bomba», afirma suspirando. «Una de estas casas estalló y mató a mi tío delante mío», comenta.
Esta muerte hizo que él se uniera a Halo Trust, una oenegé que intenta desde junio desminar Baiji y sus alrededores, con la ayuda del Servicio de la ONU de Acción contra las Minas (UNMAS).
Con temperaturas de casi 50 ºC, Lahib y sus compañeros avanzan en excavadoras blindadas en un campo cerca de Baiji en busca de una de las especialidades del EI: bidones llenos de explosivos que saltan por los aires al menor contacto.
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En un día pueden llegar a encontrar hasta 25.
Las minas están ocultas bajo billetes de dinero y los cables pintados del color de la tierra o de la hierba.
Este es el motivo por el que un centenar de familias de Baiji se niega a volver, afirma Abu Mohamed, un granjero.
– Escasez de medios –
Los primeros esfuerzos de desminado han dado fruto y los barrios residenciales cobran vida.
Desde diciembre más de 15.000 personas han vuelto a la ciudad de Baiji, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Todavía quedan unos 2.500 desplazados.
Los que deciden volver se encuentran con un paisaje desolador y un laberinto de edificios abandonados, llenos de cráteres de obuses y acribillados de balas.
El desminado es esencial, estima UNMAS, pero se ve obstaculizado por la presencia de grupos paramilitares, que oficialmente se hallan bajo el control del Estado pero en la prácticos imponen su ley en algunas zonas.
Exigen un visto bueno para todo. «Tenemos que ir a ver a cuatro o cinco grupos antes de empezar a trabajar», lamenta un empleado.
Otro desafío: la falta de fondos. «El problema es colosal pero el esfuerzo para resolverlo, mínimo», afirma Iyad Saleh, de la oenegé iraquí IHSCO. «Si la reconstrucción es tan lenta, harán falta años para que este lugar vuelva a ser lo que era». AFP