Por la noche, en las calles donde están algunos de los restaurantes y bares más caros de México, salen niños que venden dulces, cigarros sueltos o pequeñas artesanías a los comensales que se sientan en las terrazas. Algunos van con sus padres, otros con niños más pequeños. Muchos caminan solos. Casi nadie los mira a los ojos. Van de una mesa a otra, y con fortuna conseguirán al final del día unas cuantas monedas. No es el Londres de Dickens; es México en 2015.
“México es un país donde se entiende que los niños no tienen derechos y tienen que hacer lo que los padres quieran», afirma un investigador
Más de 2,5 millones de niños y adolescentes mexicanos trabajan, según cifras oficiales. Los niños que sortean esas mesas a medianoche son solo un ejemplo. La desigualdad en México, un país de 122,3 millones de habitantes y al menos 53,3 millones de pobres, obliga a cientos de miles de menores a aguantar horas de jornada bajo el inclemente sol de una cosecha o en la oscuridad de una nave industrial. Entregan flores, limpian botas. Y muchos son explotados por sus propios padres.
La mayoría de los menores son ignorados, pero también son víctimas de la prepotencia y maltrato. Incluso hasta de los propios funcionarios. Una cámara de un teléfono móvil captó a un funcionario de Villahermosa (Tabasco, sureste de México) captó a Juan Diego López Jiménez, empleado del Ayuntamiento local, mientras humilla a Feliciano Díaz, un niño de solo 10 años que llora sin consuelo. López Jiménez fue detenido por abuso de autoridad después de que el vídeo se divulgara en las redes sociales.
Solo 900.000 de estos niños tienen un hogar, de acuerdo con Mauricio Padrón, investigador de la UNAM. El resto, un 64%, sobrevive en la calle.
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La escena planteada es en la ciudad, pero la situación se extiende al campo. Unos 300.000 niños realizan tareas pesadas en condiciones de semiesclavitud en los terrenos de cosecha en México. Ni hablar de si el trabajo realizado les gana algún derecho. Cuatro de cada 10 niños que pertenecen a familias de jornaleros sufren de desnutrición. Los menores viajan miles de kilómetros con sus familias según la temporada de cosecha y el pago es por la cantidad de lo que consigan recoger entre toda la familia. Viven en casas a medio construir que recuerdan a barracones. Hasta un centenar puede dormir bajo un techo de no más de 60 metros cuadrados. Los únicos niños mexicanos que viven en estas condiciones y que no van al campo a trabajar son los que no pueden todavía andar.
La tasa de ocupación infantil en México es de un 8,6%
La solución es mucho más compleja. “En países con instituciones económicas débiles, en donde la calidad educativa es baja y los niños tienen acceso a actividades ilegales como medio para obtener recursos, prohibir el trabajo infantil no hace que los niños vayan a la escuela, sino ocasiona que muchos niños terminen ocupándose en peores actividades”, coincide Irving Rosales, profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana, en un artículo publicado en la revista Forbes.
La situación se acentúa en los estados más pobres del país, según un estudio del Banco Mundial. En Guerrero, uno de los estados más pobres de México, trabajan el 12,5% de los niños. En Chihuahua, al norte, la cifra alcanza un 1,4%.
Los datos oficiales, recabados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), señalan que la tasa de ocupación infantil es de un 8,6%. Un frío número que encierra las historias de cientos de miles de pequeñas manos que igual ofrecen un cigarro suelto a las dos de la mañana que recogen el tomate que otros mexicanos comerán al otro día, en otra mesa.