Hace veinte años, una campaña publicitaria de El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) planteaba un extraño dilema: si enviar al ejército o a un antropólogo para detener la destrucción de la selva amazónica a manos de los indígenas. De manera igualmente insólita, afirmaba que los medios de comunicación estaban «inundados de llamamientos para salvar a los pueblos nativos», y preguntaba: «¿Realmente merecen nuestro apoyo?». La organización conservacionista, líder mundial en el área, continuaba diciendo que los pueblos indígenas habían aprendido mucho de los foráneos, incluidas «la codicia y la corrupción». Menos mal que la respuesta de WWF a esta aparente disyuntiva no era, afortunadamente, enviar al ejército, sino conseguir que aumentaran las aportaciones de los simpatizantes para poder «trabajar con los pueblos nativos en el desarrollo de técnicas de conservación». Actualmente, sus ingresos diarios ascienden a dos millones de dólares.
Perplejos. Así nos quedamos en Survival International al ver el anuncio publicitario y también las organizaciones indígenas cuando se lo mostramos. Que WWF culpara de la deforestación a indígenas embaucados era, de por sí, suficientemente grave; que diera a entender que atraían más financiación que los conservacionistas, ridículo; pero que mencionara a soldados como a conservadores de la naturaleza en una misma frase resonaba a ecos incómodos sobre las raíces de estos últimos en la ideología colonialista.
Sin embargo, las afirmaciones de WWF posiblemente causaron más sorpresa entre sus simpatizantes que entre muchos indígenas, quienes perciben desde hace tiempo a las grandes organizaciones dedicadas a la conservación medioambiental como parte del bando integrado por bancos de desarrollo, constructoras de presas y carreteras, mineros y madereros. Todos ellos, dirían, son foráneos empeñados en robar sus tierras.
Al menos en estas dos últimas décadas, algunos grupos conservacionistas han saneado su lenguaje: ahora, sus políticas aseveran que trabajan en colaboración con comunidades indígenas locales, que les consultan y explican lo mucho que, aparentemente, apoyan los estándares de Naciones Unidas sobre derechos indígenas. Sin duda, muchos dentro de la industria de la conservación creen en ello y toman consciencia de que los pueblos indígenas y tribales son, por regla general, tan buenos protectores de la naturaleza como cualquier otro, cuando no considerablemente mejores.
The standard dosage of such medicinal treatments is 25mg wherein these must be administered orally along with viagra online in canada a glass of water. This medication has saved many couples from divorce or break-up and up till had a great sildenafil from canada journey. You will gradually experience the better and faster brand cialis for sale results. Eating healthy foods that are low in fat buy pill viagra can also help boost sex drive instantly. 5.
Incluso quienes disienten reconocen como mínimo que alienar a la población local, sea o no indígena, deriva con el tiempo en oposición y ataques a las áreas protegidas. Esta es una de las razones por las que la industria de la conservación hace esfuerzos, al menos sobre papel, para sumar a las comunidades locales. Pero más allá de las declaraciones escritas, ¿cuánto han cambiado realmente las cosas en estos últimos veinte años? Por desgracia, para muchos, no demasiado; en algunas zonas, incluso están empeorando.
Realojamientos voluntarios
Las reservas para tigres de la India inspiradas por WWF se utilizan cada vez más para expulsar a pueblos indígenas de sus selvas y poder así abrirlas al turismo. A sus habitantes se los soborna con un puñado de rupias para renunciar a las tierras que han sostenido a sus familias durante innumerables generaciones. Lo más habitual es que las promesas naufraguen y se les deje con las manos vacías y unas míseras lonas de plástico bajo las que resguardarse. Y tanto si los incentivos económicos llegan a materializarse como si no, vienen acompañados de amenazas e intimidaciones: a los indígenas se les repite hasta la saciedad que si no se marchan, sus hogares y cultivos serán destruidos y se quedarán sin nada. Cuando finalmente ceden a la presión, los conservacionistas denominan a sus traslados «realojamientos voluntarios». Sobra decir que esto es ilegal.