Ahora han sido más de 300 en el Canal de Sicilia. Sumados a una interminable lista de muertos en aguas mediterráneas (en torno a 4000 el pasado año), estas nuevas víctimas mortales son, en primera instancia, el resultado de la más elemental aspiración humana por lograr una vida digna, lejos de la miseria y la violencia. Pero son también la vergonzosa consecuencia de la absoluta falta de escrúpulos de los traficantes que juegan con vidas ajenas y de la irresponsabilidad de unos Gobiernos empeñados en crear una Europa fortaleza, ajena a lo que ocurra a su alrededor.
En cuanto a los primeros, poco cabe decir, más allá de condenar su afán de lucro a toda costa, aprovechando el ansia de quienes escapan de territorios donde saben sobradamente que su vida no vale nada. Sea mediante simples lanchas neumáticas (como en este caso) o empleando barcos herrumbrosos (que les reportan un mayor beneficio por cada desesperado que suben a bordo), no tienen ningún reparo en llevar al límite a sus «clientes», lanzándolos a una arriesgada aventura con alta probabilidad de que nunca lleguen a territorio europeo. Todo ello sabiendo que, incluso para los que logran cubrir esa etapa, lo que sigue es un rosario de obstáculos y dificultades que pueden acabar llevándolos nuevamente a la casilla de salida. Cuentan, además, a su favor con la falta de control en los puntos de salida por parte de gobiernos prácticamente inexistentes (Libia, por ejemplo) o interesados en librarse de una población de aluvión (Turquía, de forma cada vez más obvia).
Por lo que respecta a la Unión Europea (UE), hay que volver a insistir en que su política migratoria está esencialmente contemplada desde una ciega y equivocada óptica policial y represiva. No solo porque no logra sus objetivos de impermeabilizar sus fronteras, sino, sobre todo, porque nos enfrenta a nuestra propia miseria moral (en abierta contradicción con los valores y principios que decimos defender), mientras desatiende las causas estructurales que alimentan ese creciente flujo de seres humanos hacia el supuesto paraíso comunitario. Más aún, porque como bien se deriva del análisis de las tendencias demográficas de los Veintiocho, el problema real no es que vengan sino que no vengan, dado que nuestros Estados de bienestar se encuentran ya bordeando la insostenibilidad si tienen que mantenerse únicamente de los que ya estamos aquí.
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Habrá, por tanto, que luchar contra las mafias que trafican con personas. También habrá que estar atentos al afán de grupos terroristas y criminales por utilizar los mismos canales de la emigración para mover sus peones con idea de llevar a cabo actos violentos. Pero no a costa de olvidar nuestras más básicas responsabilidades éticas y de despreocuparnos del bienestar y la seguridad de nuestros vecinos. Son muchos los instrumentos que posee la UE para contribuir decididamente a la creación de un espacio euro-mediterráneo de paz y prosperidad compartida; pero de nada sirven si no hay voluntad política para emplearlos al servicio de esos objetivos o, peor aún, si se emplean al contrario para elevar más las vallas que nos separan y para apoyar a regímenes políticos escasamente sensibles a las demandas de sus propias sociedades. No olvidemos que el Mediterráneo es la zona que registra la mayor brecha de desigualdad del planeta (13 a 1 en renta per cápita) y bien sabemos que es precisamente la desigualdad el mayor factor belígeno que existe.
Visto así, y sin caer en el error de considerar que la extinta operación Mare Nostrum fuera la panacea (sino un parche activado tras la tragedia de Lampedusa de octubre de 2013), es inmediato entender que la actual operación Tritón resulta tan limitada como insultante. Mare Nostrum fue liderada (y pagada) por Italia hasta el pasado mes de octubre con el objetivo de rescatar a los abandonados a su suerte en aguas mediterráneas. Pero al menos esa operación, a la que Roma dedicó mensualmente 9 millones de euros, permitió salvar unas 160.000 vidas, adelantando el despliegue de sus medios hasta aguas internacionales en una activa búsqueda de personas en peligro.
Desde entonces, y bajo la batuta de Frontex, Tritón, aunque se quiere hacer pasar por una acción de búsqueda y rescate es tan solo una operación de patrulla costera y de control de fronteras. Aunque participan en ella 21 países, solo se han logrado aprobar 2,9 millones de euros mensuales para mantenerla activa, con un despliegue inicial de cuatro aviones, un helicóptero y siete buques que dejarán de atender a las necesidades humanitarias de quienes se hallen más allá de la costa. ¿Qué será lo siguiente, desmantelar el espacio Schengen?