Cuando estalló un conflicto armado en su aldea de la República Democrática del Congo, Blaise Matshieba Nduluyele decidió escaparle a la carnicería. Cientos de personas, incluidos algunos familiares, fueron asesinados.
Su familia, no obstante, siguió codeándose con la muerte a lo largo de un recorrido por América del Sur hacia Estados Unidos. Durmieron en carreteras o en la selva. Se enfermaron y casi mueren de hambre. Encontraron cadáveres en el camino.
“Pensé que no sobreviviríamos. Fue algo realmente aterrador”, relata Nduluyele, quien se encuentra hoy en un albergue de Maine con su esposa y tres hijos.
Cientos de africanos que le escapan a la violencia y la pobreza han decidido evitar Europa y ensayar un camino más largo, igualmente peligroso, hacia Estados Unidos a través de América del Sur. Optan por esa ruta después de ver que los africanos están siendo rechazados en su marcha hacia Europa, se ahogan en el Mediterráneo o confrontan el racismo.
“Cuando hablamos de democracia, pensamos en Estados Unidos. Creo que en Estados Unidos me puedo expresar libremente. Tengo seguridad y protección. Esa es la razón por la que elegimos Estados Unidos”, manifestó.
Antes de la matanza, Nduluyele, quien tiene 34 años, trabajaba como vendedor en un mercado. Tuvo que suspender estudios en el campo de la medicina por falta de dinero.
Hablando en francés, dijo que no tenía otra opción que irse de Yumbi, en la ribera del río Congo, a 300 kilómetros (186 millas) de la capital Kinshasa.
Más de 500 personas fueron asesinadas durante tres días de enfrentamientos ocurridos tras la muerte de un jefe tribal, según las Naciones Unidas.
“De repente apareció un grupo con machetes y armas y empezaron a matar a todo el mundo. Había que irse”, dijo Nduluyele a la Associated Press.
Inició entonces un largo camino hacia Estados Unidos. Lo acompañaron su esposa, de 24 años y sus hijos de seis y tres años, y un bebé de 11 meses. Viajaron primero en avión, autobús y barcos. Cuando se quedaron sin dinero, lo hicieron a pie.
La familia voló de Angola a Ecuador. Allí comenzó un tortuoso recorrido de cuatro meses por Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México.
Cientos de africanos optaron por el mismo trayecto, sumándose a los miles de centroamericanos que también procuran llegar a Estados Unidos. Recientemente 500 africanos fueron encontrados caminando en distintos grupos tras cruzar el río Bravo (Grande para los estadounidenses) e ingresar a Texas.
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Las cosas se le complicaron a la familia de Nduluyele en el Tapón del Darién en Panamá, una selva llena de víboras, bandidos y otros peligros. Uno de los chicos contrajo fiebre alta y empezó a vomitar. Todo el grupo sufrió de diarrea. A su esposa le costaba atender a su bebé. Se quedaron sin comida. Cocinaron hojas. Se perdieron. Un hombre congolés murió luego de ser picado por una víbora.
Nduluyele trató de alentar a su familia, pero temía lo peor. “Me pregunté si sobreviviríamos”, expresó.
La familia se dividió y un hermano se llevó a uno de los hijos de Nduluyele. Él y su esposa siguieron con los otros dos niños. En esas horas aciagas, Nduluyele se preguntó si habían tomado la decisión correcta el emprender ese trayecto. “Pensé en la muerte. Realmente no pensé que sobreviviríamos”, declaró.
Otro grupo les dejó sobrantes de comida. Compartieron asimismo alguna pasta y maíz. Lograron completar un riesgoso cruce de una montaña.
En Costa Rica los chicos recibieron asistencia médica, dijo Nduluyele. Después reanudaron su marcha y la familia sufrió una combinación de agotamiento seguido de días de aburrimiento en los cruces fronterizos. De algún modo, lograron llegar a Texas y pedir asilo político.
Un autobús transportó a los solicitantes de asilo al centro de procesamiento de la ciudad más grande del estado de Maine.
En determinado momento casi 300 personas estaban alojadas en un albergue improvisado en una cancha de básquetbol. Se recaudaron más de 800.000 dólares en donaciones para ayudar a los inmigrantes. Los residentes organizaron una celebración del 4 de julio, el día de la Independencia, en un parque con un faro.
Los africanos saben que no son tan bien recibidos en otras comunidades. Y Nduluyele dijo que jamás recomendaría a otros que hagan el viaje que hicieron ellos.
Por ahora se alegra de estar en un sitio seguro, listo para exponer su caso ante los tribunales de Estados Unidos.
“Es un derecho humano básico. Si alguien enfrenta un peligro de muerte comprobado, se le debe permitir irse y tratar de salvar a su familia”, dijo Nduluyele. “Deberíamos amarnos los unos a los otros y cuidar del otro”. AP