A pesar de los intentos de erradicarla, en México del 2010 al 2014 hubo mil y un casos de lepra y Oaxaca es el estado en el que la enfermedad más se ha recrudecido en los últimos años, de acuerdo con datos de la Secretaría de Salud obtenidos a través de transparencia.
De 2005 al 2009 los casos registrados en la entidad representaron 4.3por ciento del total en el país, mientras que del 2010 al 2014 la participación porcentual se elevó al 9.1 por ciento.
A diferencia de Oaxaca, a nivel nacional los casos de lepra al comparar ambos períodos se redujeron 16.5por ciento, ya que del 2005 al 2009 se registraron en todo el país mil 119 casos.
Los datos de la dependencia indican que en el plano nacional México cumple con los estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para erradicar la enfermedad, al tener una tasa de prevalencia de 1 caso por cada 10 mil habitantes, aunque 28 municipios de 10 estados son considerados «prioritarios» por el número de casos que concentran.
En cuanto al avance de la enfermedad a Oaxaca le siguen Michoacán, al pasar de ser el 6.4por ciento al 9.8por ciento del total nacional; Colima, del 2.3por ciento al 3.6por ciento; y Chiapas del 0.5por ciento al 1.7 por ciento.
A excepción de Colima, todos estos estados se encuentran entre los estados con mayores niveles de pobreza según el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
«Un castigo de Dios»
«Es una enfermedad que tiene que ver con los determinantes sociales de la salud: cuando hay condiciones de hacinamiento, pobreza, mala nutrición hablamos de comunidades propensas a presentar la enfermedad», explica Jesús Felipe González Roldán, director general del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (Cenaprece).
Causada por la bacteria Mycobacterium leprae, el contagio de la lepra se da de manera aeróbica y tiene un período de incubación que va de tres a cinco años. Entre los principales síntomas destacan úlceras en la piel, daño neurológico, alteraciones en la sensibilidad térmica y deformidad ósea.
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En el Antiguo Testamento, el Levítico establece leyes para la identificación y tratamiento del leproso, quien según la Biblia era portador de una maldición y estaba destinado a vivir desterrado del «reino de Dios». Otros textos históricos egipcios, chinos e hindús hacen referencia a esta enfermedad y a las curas para su remedio, como beber orines de camello, untarse cal, o «una conducta intachable».
En México la enfermedad llegó como consecuencia de la colonización. El historiador Francisco del Paso y Troncoso asegura que la viruela y la lepra fueron las principales armas para derrocar a los imperios prehispánicos.
En 1930, el gobierno mexicano lanzó su primera estrategia oficial de combate a la enfermedad basada en la exclusión y segregación de los pacientes. Aquel año, el presidente Emilio Portes Gil publicó en el Diario Oficial de la Federación el «Reglamento Nacional de Profilaxis de la Lepra».
Según el primer censo de enfermos, existían mil 450 enfermos en México, «que lo infectan en toda su extensión» salvo Tlaxcala, «único indemne de la plaga».
El decreto estableció la obligatoriedad de tratamiento y aislamiento de los pacientes bajo la premisa de que «la ciencia moderna, eminentemente humanitaria, sólo permite privar a los enfermos de su libertad en bien de sus semejantes».
En los hechos a los enfermos se les prohibió el matrimonio y el ejercicio de la paternidad, hospedarse en hoteles, viajar, servirse de comedores, lavaderos y baños públicos. También estaban impedidos para ejercer oficios y actividades varias, entre ellas cualquiera que estuviera relacionada con la preparación de alimentos o aquéllas que implicara trabajar colectivo, tampoco podían ejercer la prostitución.
La política pública del Estado mexicano convirtió a los enfermos de lepra en ciudadanos de segunda.