El mundo está en guerra. Y está perdiendo. Ésta es la alarmante conclusión a la que llega una serie de artículos publicados por la revista científica The Lancet sobre la lucha mundial contra la obesidad. A pesar de las campañas gubernamentales, el boom de las dietas y la concientización sobre la íntima relación entre salud y comida, el consumo de los alimentos menos sanos aumentó en casi todos los países. Por lo menos 600 millones de personas son obesas y 2100 millones sufren de sobrepeso. Unos 2,8 millones murieron por elevado índice de masa corporal. Éstas son algunas de las cifras que se desprenden de las investigaciones.
Los expertos advierten que comer mal es una de las mayores causas de mortalidad y discapacidad, sobre todo, por las enfermedades crónicas no transmisibles que puede causar. La extensa investigación, que irá siendo publicada por partes en The Lancet, incluyó el análisis de 325 estudios anteriores, que abarcan estadísticas de 187 países recogidas durante dos décadas. Allí se reconoce que en la actualidad se ingieren más alimentos considerados «sanos», pero se advierte que aumentó aún más el consumo de comida poco sana, como el sodio (básicamente sal), las carnes rojas, los alimentos procesados y las bebidas azucaradas.
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Así, aunque se reconoce que en los distintos países existe un consenso sobre la necesidad de políticas para mejorar los hábitos alimenticios, el progreso es lento. El primer problema, indica el conjunto de estudios, es que los programas no siempre apuntan a modificar el entorno nutricional de las personas. Uno de los axiomas erróneos que rondan en torno a la obesidad es que se trata de una conducta de pura responsabilidad individual o bien de una consecuencia obligada del entorno alimenticio. En realidad, indican los especialistas, el problema se desprende tanto del comportamiento individual como del entorno, que «explota las vulnerabilidades biológicas, psicológicas y económicas de una persona», al llevarla a consumir alimentos poco sanos.