WASHINGTON – La tecnología del ARN mensajero de las vacunas desarrolladas contra el COVID-19 por Pfizer/BioNTech y Moderna, cuyos ensayos clínicos mostraron su gran eficacia, es reciente y nunca antes había sido probada. La pandemia fue una oportunidad de oro para hacerlo.
Todas las vacunas tienen el mismo objetivo: entrenar el sistema inmunológico para que reconozca el coronavirus y así elevar sus defensas de forma preventiva, con el fin de neutralizar el virus real de producirse el contagio.
Las vacunas convencionales se pueden elaborar a partir de virus inactivos (como polio o la gripe), atenuados (sarampión, fiebre amarilla) o simplemente proteínas llamadas antígenos (hepatitis B).
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Cada célula es una minifábrica de proteínas, según las instrucciones genéticas contenidas en el ADN de su núcleo.
El ARN mensajero de la vacuna se fabrica en laboratorio. Mediante la vacuna se inserta en el cuerpo y toma el control de esta maquinaria para fabricar proteínas o antígenos específicos del coronavirus: sus «espículas», esas puntas tan características que están en su superficie y le permiten adherirse a las células humanas para penetrarlas.