A Rogelio Ortega Martínez, el gobernador de Guerrero, la tierra más violenta de México, le horroriza dormir con la luz encendida. Es un recuerdo de cuando le llamaban El Tigre y era un joven profesor universitario que seguía la estela del legendario Lucio Cabañas, el guerrillero salido de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Eran tiempos salvajes. El presidente José López Portillo azuzaba la jauría contra los revolucionarios, y líderes como El Tigre tenían las horas contadas. Uno detrás de otro iban cayendo. El turno le llegó a él de noche, al salir de la casa. Dos coches le bloquearon el paso. Encapuchado, fue arrastrado hasta una mazmorra de 1,6 metros de largo por uno de ancho, donde no cabía estirado. En ese espacio mínimo descubrió el infierno. Mientras fuera su familia denunciaba con denuedo la desaparición, él, bajo una incesante luz eléctrica, conoció las mil formas de la bestialidad. De día y de noche fue torturado hasta que, cuando ya se daba por muerto, el cerebro de la guerra sucia, el mayor Arturo Acosta Chaparro, entró en la celda. “Vas a salir, ahí fuera hay ruido, pero a mí no me engañas, eres de la guerrilla”, le advirtió. Vendado, fue conducido en un escarabajo hasta la Frente del Diablo, el acantilado donde se arrojaba a los opositores. Allí, antes de liberarse, olió a mar. Habían pasado 28 días desde su desaparición.
Rogelio Ortega nunca antes había detallado su historia a un periodista. Lo hizo al finalizar la entrevista, cuando el fotógrafo le pidió que sostuviese entre las manos una cabeza de tigre de porcelana. Ahí recordó su apodo. Luego vino el resto. Han transcurrido casi 38 años y la vida ha dado muchas vueltas. Acosta Chaparro fue ascendido a general, condenado por narcotráfico y asesinado de tres balazos en la cabeza. Y El Tigre, su prisionero, es ahora la máxima autoridad en Guerrero. En octubre, como hombre de consenso del PRD, asumió el cargo tras la dimisión de su antecesor, barrido por la matanza de Iguala. Después de verano, este catedrático en Ciencias Políticas abandonará el puesto y espera volver a la universidad.
Pregunta. ¿Usted es consciente de que Guerrero da miedo a mucha gente de fuera?
Respuesta. Si les da miedo a los de fuera, imagínese a los que vivimos ahí todos los días.
P. ¿Se siente amenazado?
R. A cada quien le toca vivir su realidad y al que no le gusta, tiene opción de salir. Somos seis millones de habitantes, pero en Guerrero sólo vivimos tres millones, el resto se fue en busca de mejores oportunidades. Y no a Yale o a Harvard, fueron a realizar los trabajos más duros. Y eso es lo que hace falta en Guerrero, trabajo.
P. Guerrero es el mayor productor de opio de México, tiene la mayor tasa de homicidios y es una de las zonas más pobres. ¿Cómo se gobierna un Estado así?
R. Si la amapola se cultiva, es porque alguien compra el producto. Y si alguien lo compra es porque está mejor cotizado en el mercado que los productos tradicionales de Guerrero, como el maíz o el aguacate…
P. Y para acabar con eso, ¿qué se puede hacer?
R. Hay que pagar al campesino por encima de lo que ofrece el narco. Mire, la amapola se cultiva dos veces al año y, sólo en el semestre pasado, se destruyeron 50.000 plantíos. Mi reacción fue decir ‘¡pobres campesinos!’ ¿Por qué? Porque el narco les paga por adelantado la cosecha. ¿Y cómo van a devolver ese dinero, si les queman el cultivo? Pues con sus hijos. El narco se los lleva para convertirlos en sicarios, les entrenan para que ejecuten sin que les tiemble la mano.
P. La violencia está también en las ciudades y alcanza a las autoridades. ¿Hasta qué punto se ha apropiado el narco del poder?
R. No es un fenómeno exclusivo de Guerrero. Desde hace más de 10 años hay una infiltración de la delincuencia organizada en las instituciones, no sólo en la burocracia, en los jueces o los procuradores, sino también en los partidos políticos. Estos les abrieron las puertas para financiar candidaturas; luego el narco se dio cuenta de que ellos podían ser el alcalde, el diputado y hasta el gobernador.
P. ¿Y eso ocurre en Guerrero?
R. Penetraron y penetraron muy fuerte. Iguala es el caso emblemático. Ya había indicios con el asesinato del líder campesinoArturo Hernández Cardona. Pero el problema es que nadie intervino, y la sociedad tampoco, por miedo. Ahora bien, Ayotzinapa es la oportunidad de que se pierda el miedo. Es el detonante de una crisis, no la crisis. Pudo darse en cualquier municipio con alcaldes vinculados al narco, donde el terror gobierna.
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R. Porque el narco chocó con la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, que es un colectivo con tradición de lucha, ahí el crimen no quedó impune ni en silencio. Ahora, en Iguala, se me acercan familias enteras a decirme que se llevaron a sus hijos; gente que había callado, ahora ha perdido el miedo.
P. ¿Considera cerrado el caso Iguala?
R. ¿Cómo se va a cerrar ese capítulo? A todo padre y madre que le dicen que su hijo ha desaparecido, va a buscarlo hasta debajo de las piedras, y si le aseguran que su hijo está muerto, lo primero que hace es no creerlo. Si hasta dudamos cuando vemos a un pariente en el féretro. Pues tratándose de un joven, aún más. Cuando la autoridad sea capaz de entregar evidencias como la de Alexander Mora[normalista identificado por ADN], entonces la vida seguirá.
P. ¿No le bastan los indicios que hay ahora?
R. Eso es lo de menos. Hay que construir una ruta que les ayude. Sabemos cuándo empiezan los conflictos y cómo se intensifican, pero no sabemos cómo terminan. Yo sé cómo no quiero que esto termine. No quiero más violencia ni una salida autoritaria. Es muy fácil decirles a los padres, en la incertidumbre, en el dolor que sufren, vayan ustedes al frente, vamos a asaltar un cuartel.
P. ¿Están manipulando a los padres?
R. Es fácil hacerlo en el dolor. El bloqueo de carreteras, el secuestro de vehículos y autobuses… Hay un repertorio de acciones que difícilmente el colectivo de familiares se las estaría planteando si fueran ellos los que auténticamente estuvieran dirigiendo las acciones.
P. ¿Les están usando para una finalidad política?
R. En el movimiento hay indiscutiblemente voces antisistema. La idea de impedir las elecciones en Guerrero, ¿tiene que ver con la desaparición de los muchachos? Yo creo que tiene que ver con el repertorio de liderazgos antisistémicos que hoy aprovechan esta bandera legítima y justa, el reclamo y el dolor, para llevar el movimiento al cauce antisistémico y confrontativo.
P. ¿Y no teme algún incidente que aumente la protesta?
R. Nunca se puede descartar un escenario de esa naturaleza, pero es lejano porque los violentos están cada vez más aislados.
P. ¿Podrá México superar Iguala?
R. Hay hechos, como la noche de Tlatelolco, que nunca se borran en la historia. Ayotzinapa es uno de ellos, trascendió México.