La jubilada griega Dimitra dice que nunca imaginó que su vida se reduciría a recibir alimentos donados: algo de arroz, dos bolsas de pasta, un paquete de garbanzos, algunos dátiles y un envase de leche para todo el mes.
A sus 73 años, Dimitra -que en otros tiempos ayudó ella misma a los más necesitados como repartidora de comida en la Cruz Roja- se encuentra entre el creciente número de griegos que a duras penas se las apañan para sobrevivir.
Tras siete años de rescates en los que han fluido hacia el país miles de millones de euros, la pobreza no se reduce, sino que crece como en ninguna otra parte de la Unión Europea.
«Nunca se me pasó siquiera por la cabeza», dijo, negándose a dar su apellido por el estigma de aceptar donaciones de comida que todavía pervive en Grecia. «Viví austeramente. Nunca me fui de vacaciones. Nada, nada, nada», dijo. Ahora tiene que destinar más de la mitad de sus 332 euros de ingresos mensuales a pagar el alquiler de un diminuto apartamento ateniense. El resto: facturas.
Los fondos de rescate de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional salvaron a Grecia de la bancarrota, pero las políticas de austeridad y las reformas que los acreedores impusieron como condición han contribuido a convertir la recesión en una depresión.
El primer ministro Alexis Tsipras ha intentado hacer del sufrimiento de los griegos un grito de guerra en la última ronda de las prolongadas negociaciones con los acreedores que bloquean la entrega de más desembolsos. «Tenemos que tener cuidado con un país que ha sufrido el saqueo y cuya gente ha hecho y sigue haciendo tantos esfuerzos en nombre de Europa», dijo este mes.
Grecia no es el miembro más pobre de la UE, la tasa de pobreza es más alta en Bulgaria y Rumania. Sin embargo, Grecia no está lejos ocupando el tercer puesto, pues las cifras de Eurostat muestran que el 22,2 por ciento de su población sufría «privación material severa» en 2015.
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«SIMPLEMENTE EXISTIMOS»
«Todo el mundo está pasando por malos momentos, toda Grecia está así», dijo Eva Agkisalaki, una ex profesora de 61 años que colabora como voluntaria en un comedor de beneficencia dirigido por la Iglesia ortodoxa.
Agkisalaki no pudo acceder a una pensión porque su contrato acabó cuando se elevó la edad de jubilación a los 67 años bajo el programa de rescate y no encontró otro trabajo. Parte de la pensión de su marido, reducida de 980 a 600 euros también como consecuencia de las reformas exigidas, va a las familias de su hijo y de su hija.
A cambio de su voluntariado, Agkisalaki recibe alimentos del comedor de beneficencia, los cuales comparte con su hija desempleada y su hijo.
«Estamos vegetando», dijo mientras preparaba una larga mesa de madera para el próximo almuerzo, consistente en sopa de habas, pan, un huevo, un trozo de pizza y un manzana. «Simplemente existimos. La mayoría de Grecia se limita a existir», agregó. Reuters