El ex primer ministro socialdemócrata Zoran Milanovic, que prometió hacer de Croacia un país más tolerante, resultó ganador en las presidenciales al derrotar este domingo a la presidenta saliente, conservadora, que intentó ganarse el favor de la derecha más dura.
Según los resultados casi definitivos de la Comisión Electoral, Zoran Milanovic obtuvo el 52,73 % de los votos, contra el 47,27 % de la presidenta saliente, Kolinda Grabar-Kitarovic.
La segunda vuelta electoral tuvo lugar pocos días después de que Croacia asumiera la presidencia rotativa de una Unión Europea que tendrá que gestionar la era pos-Brexit, cuando el Reino Unido salga del bloque.
Estos comicios han dejado patente el ascenso de la derecha dura en un país que se enfrenta a la presión de los migrantes en sus fronteras y, al igual que sus vecinos de los Balcanes, a un éxodo masivo de sus habitantes. Eso sin contar una corrupción endémica.
Pero los electores prefirieron la «Croacia normal» prometida por el socialdemócrata Zoran Milanovic a la «Croacia auténtica» que pregonaba la saliente Kolinda Grabar-Kitarovic junto con el partido HDZ, conservador.
El nuevo presidente, un exdiplomático de 53 años, prometió en campaña que haría de Croacia «República para todos».
«Permanezcamos unidos en nuestras diferencias», lanzó tras la victoria. Los cuatro millones de croatas «buscan [su] lugar en Europa, que es, pese a todos los problemas, el mejor lugar para vivir, el proyecto más pacífico en el que Croacia pueda encontrar su lugar».
Kolinda Grabar-Kitarovic, de 51 años, que en 2015 se convirtió en la primera jefa del Estado croata, fue perdiendo terreno en campaña frente a sus rivales.
– «Un país honesto» –
En su intento de ser reelegida, Grabar-Kitarovic,de 51 años, quiso atraer al ala dura del electorado de derecha que en la primera vuelta votó por un cantante populista.
Grabar-Kitarovic,que obtuvo el 27% de los votos en la primera vuelta, hizo hincapié en campaña en su patriotismo y en la guerra de 1991-1995, un asunto muy delicado en el país.
Por su parte, Zoran Milanovic no dejó de recordar que «la guerra ha terminado» y que había llegado el momento de que Croacia «luche por su lugar en Europa».
El socialdemócrata reiteró al depositar su voto que los comicios «no eran una batalla contra alguien sino un intento por convertirse en un país normal, honesto».
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Ahora, la derrota de Grabar-Kitarovic podría complicarle las cosas al partido que la apoyaba, el HDZ, y al primer ministro moderado Andrej Plenkovic para las legislativas de otoño.
La formación de centroderecha, que domina la vida política del país desde su independencia, había respaldado al 100% la candidatura de Grabar-Kitarovic.
La presidenta saliente prometió a su sucesor una «transferencia civilizada de la autoridad» e hizo un llamado para «seguir unidos por Croacia».
– Ambición y meteduras de pata –
La presidenta se había presentado como una madre de familia común, destacando sus orígenes modestos.
Sin embargo, sus detractores criticaron sus meteduras de pata, como el haber cantado en el cumpleaños del alcalde de Zagreb, salpicado por varios casos de corrupción, y a quien la conservadora le prometió llevarle «pasteles» si acababa «en la cárcel».
Además, también fue criticada por restar importancia a los crímenes del régimen ustacha, colaboracionista con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, que suscita una creciente nostalgia en el país.
Por su parte, los simpatizantes del vencedor ven en él a un hombre inteligente y ambicioso, aunque sus opositores lo consideran arrogante.
Sus partidarios aplaudieron en 2011 la llegada al poder de este hombre exento de los cargos de corrupción que salpican a muchos integrantes del HDZ. Pero su gobierno decepcionó, incapaz de luchar contra el clientelismo y de desarrollar la economía.
Croacia es el último país que se adhirió a la UE, en 2013, pero su economía, muy dependiente del turismo, es una de las más débiles de los Estados miembros.
La adhesión ha acelerado el éxodo de los croatas en busca de una vida mejor, pero también a causa de la corrupción, el clientelismo y la mala calidad de los servicios públicos. AFP