«Este hombre que ven aquí era el mejor niño en el colegio, el más bueno. Yo jugaba al fútbol con él. Miren lo que ha ocurrido», dijo la juez Mindy Glazer, señalando a Arthur Booth.
Ante estas palabras el hombre que una vez fue el niño más adorable y que ahora vestía el mono naranja de los condenados, se echó a llorar. Se cubrió la cara con las manos y sollozó angustiado una y otra vez esta letanía: ‘¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!’.
Segundos antes, Arthur sonreía con la misma ternura y candidez con la que debió sonreír cada vez que veía a Mindy en el patio del colegio y decidían jugar al fútbol. La sonrisa tenía algo de paradójico porque el lugar era bien diferente del que vio forjarse esa amistad. Mindy y Arthur se veían después de muchos años en una sala penal. Arthur estaba acusado de un robo y Mindy era la juez que iba a dictaminar que ocurriría con él.
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Entonces, la juez Glazer pronunció las demoledoras frases con las que empieza este texto: «Este hombre era el niño más bueno del colegio. Miren lo que ha ocurrido».
Y lo que había ocurrido había sido una vida dominada por las drogas, el robo y la violencia y el culmen había llegado a esta sala de juicios de Florida.
«Siempre me pregunté qué habría pasado contigo. Me entristece verte aquí», zanjó lapidariamente.
La juez le deseó suerte y le dijo que espera que volviera a encarrilar su vida. Entonces, fijó la fianza en 44,000 dólares. Según las últimas noticias, Booth sigue en prisión.